miércoles, 18 de agosto de 2010

wakashudo "la senda de la juventud Samurai"



Toshiro Mifune, el popular actor famoso por sus papeles de samurais taciturnos, de rápidos reflejos, jamás pronunció una palabra al respecto. Akira Kurosawa, el famoso director cinematográfico, guardó un silencio inescrutable. Ninguna de las varias centenas de películas de samurais producidas en el pasado siglo intentó siquiera sugerir la figura del nanshoku, el amor del samurai. Desde su posición central en la educación, el código de honor y la vida erótica de la casta de los samurais, el amor hacia los muchachos ha caído del nivel de lo intocable al de lo inmencionable, al del "amor que no puede mencionar su nombre". Pero el hecho ineludible es que el lazo sexual entre un guerrero adulto y un joven aprendiz era uno de los aspectos fundamentales de la vida de los samurais.

Los samurais solían llamarlo "bi-do", "la hermosa senda" y guardaron celosamente la traducción. En 1482, Ijiri Chusuke argumentó:

En nuestro Imperio Japonés, esta senda florece desde los tiempos del gran maestro Kobo. En los monasterios de Kioto y Kamakura y en el mundo de los nobles y los guerreros, los amantes se juraban un amor eterno y perfecto que dependía únicamente de su mutua buena voluntad. Que los miembros de la pareja fuesen nobles o de castas bajas, ricos o pobres, carecía de importancia. En todos los casos, lo que les movía era el espíritu de esta senda. Esta senda ha de ser respetada con sinceridad y no podemos permitir que desaparezca.

Conocida igualmente con el término wakashudo, "la senda de la juventud", era una práctica realizada por todos los miembros de la casta samurai, desde el guerrero más simple hasta el señor más noble. Se ha dicho incluso que nunca se habría preguntado a un daimyo, señor, por qué tomaba muchachos como amantes, sino por qué no lo hacía. No es ésta una pregunta que hubiese embarazado, por ejemplo, a los tres grandes shogunes que unificaron Japón, Oda Nobunaga, Toyotomi Hideyoshi, o Tokugawa Ieyasu, ni tampoco a Miyamoto Musashi, autor del
"Libro de los cinco anillos"

En sus aspectos claves, el wakashudo (que a menudo se conocía por su forma abreviada, shudo, y su sinónimo nanshoku, el término habitual para el amor masculino, escrito con los anagramas de "hombre" y "color") era una institución notablemente similar a la de la pederastia que conoció su máximo esplendor dos mil años antes en la Grecia clásica. Al igual que la pederastia, era una relación pedagógica propulsada por la energía de una atracción erótica mutua. E, igualmente, no se trataba únicamente del amor a las mujeres. No es menos cierto que habitualmente los samurais se casaban a una edad más avanzada, como lo hacían también los guerreros griegos.

Para los japoneses, como para los griegos, el amor entre un hombre adulto y un joven imberbe era de lo mejor de la naturaleza humana, siendo a veces una senda para alcanzar esos ideales y otras, un fin en sí mismo. Simonides, en una famosa canción de taberna del siglo V a. C., declara BCE declares:

He aquí las cuatro mejores cosas que un hombre puede pedir de la vida:

Salud sin tacha para toda la vida, belleza exterior e interior,
Ganarse la vida honradamente y, mientras se es aún muchacho,
Disfrutar de la compañía de heróicos amantes.


En algunos aspectos importantes, las tradiciones eran diferentes: en Japón, era el joven quien debía dar el primer paso, mientras que para los griegos sólo el más mayor debía cortejar al joven. Hagakure, "Escondido tras las hojas", el famoso manual para samurais de Yamamoto Tsunetomo de principios del s. XVIII, estipula que:

Un hombre joven debería probar a uno más mayor durante como mínimo cinco años y, si está seguro de las intenciones de esa persona, pedirle relaciones formales (…). Si el joven puede entregarse y vivir así durante cinco o seis años, es una persona adecuada.

Parecería así que este proceso debía empezar a una edad muy temprana temprana, puesto que estas relaciones solían concluir formalmente en el momento de la ceremonia de mayoría de edad, habitualmente al llegarse a los dieciocho o diecinueve años. En este momento, se procedía a tonsurar al joven (a cortar los mechones delanteros del pelo para simular su retroceso, un modo de simbolizar la accesión a un determinado status de una sociedad cuyos integrantes, como la de hoy en día, compara las fechas de nacimiento para establecer las prioridades de sus miembros), con lo que éste, a su vez, podía desarrollar el papel del adulto en una nueva relación shudo. Como en los tiempos antiguos, los miembros de la pareja seguían siendo amigos íntimos, incluso después de concluida la fase erótico/pedagógica y algunas de estas relaciones resistían el paso del tiempo, convirtiéndose así en historias de amor que duraban toda una vida.

Paradójicamente, el wakashudo era también parte integrante de la tradición de la devoción que un siervo tenía para con su señor, y Yamatomo Tsunetomo, opinaba así acerca de estas relaciones:

Entregar su vida a otro es el principio básico del nanshoku. No hacerlo es causa de vergüenza. Y al hacerlo, no te queda nada para ofrecerle a tu maestro. Por ello, ha de ser a la vez motivo de placer y de disgusto.

El shudo de los samurais tiene sus orígenes en el periodo Kamakura, hacia el año 1200, y alcanzó su apogeo al principio del shogunado Tokugawa, en 1603, declinando posteriormente a medida que el país se unificaba y disminuía la importancia de la casta guerrera. La historia del amor entre hombres en Japón, sin embargo, no sólo abarca todo el periodo de los samurais, sino que lo sobrepasa. Aunque no podemos conocer sus orígenes prehistóricos, existen documentos escritos desde el periodo Heian (Paz y Tranquilidad) (794-1185). Esta era, caracterizada por un gobierno ilustrado, quedó marcada por la fundación de Kioto como gran capital imperial, vio el florecimiento de la cultura y la vida ciudadana. De esta época es Genji Monogatari, "La historia de Genji", que contiene una de las primeras alusiones conocidas al amor masculino, en la que un pretendiente despechado se consola con el hermano menor de su amante:
Tú, por no menos tú, no me abandones. Genji sentó al muchacho a su lado. El muchacho estaba encantado, tales eran los encantos juveniles de Genji. En cuanto a Genji, así se cuenta, el muchacho le resultó más atractivo que su fría hermana.

Del mismo modo, Ise Monogatari, "La Historia de Ise", escrita en 951, contiene un poema a un hombre separado de su compañero:

“No puedo creer
Que estés tan lejos
Porque yo
Jamás podré olvidarte
Y tu cara
Estará siempre frente a mí,”

Aunque resulta dudoso que se pueda determinar el origen del shudo en el monte Koya, no hay duda de la existencia de este amor en los monasterios budistas. De hecho, el amor entre hombres, que tomaba la forma de relaciones sentimentales entre los monjes y los chigo, sus acólitos, es notablemente anterior a la adopción de esta práctica por la casta de los samurais (lo que iba a dar lugar en los años posteriores a una rica literatura erótica que se conoció como chigo monogatari, "historias de acólitos"). El sacerdote tendai Genshin carga contra los que "se acercan al acólito de otro y, con maldad, lo violan" en un texto impreso nada menos que en 985. Por supuesto, cabe plantearnos si deploraba la violación en sí o el hecho de mantener relaciones con un acólito que no es el propio. A pesar de las condenas de que fue objeto, la práctica continuó, apoyada en la lógica de que los votes de castidad realizados por los monjes se referían únicamente a la castidad para con el otro sexo, tal y como expuso el escritor y poeta Kitamura Kigin setecientos años después:

Buda predicó que el monte Imose (metáfora del amor de las mujeres) debía ser evitado, por lo que los sacerdotes del dharma tomaban esta vía como un aliviadero para sus sentimientos, puesto que sus corazones no eran de madera ni de dura roca.


Este presagio cuenta el declive y la desaparición de las formas del amor entre hombres reconocidas y aceptadas por la sociedad japonesa:
El declive del shudo había empezado ya a principios del s. XVIII, cuando Japón estaba aún en medio de su largo periodo de aislamiento voluntario. El shudo como senda espiritual empezó a declinar, mientras que florecía cada vez con más intensidad una homosexualidad llena de sensualidad. El hecho de que tras el s. XVIII los kagema' (muchachos actores) se vistiesen en su mayoría de chicas, mientras que durante el periodo Genroku se habían vestido como elegantes y hermosos muchachos, nos indica igualmente hasta qué punto se había degenerado la tradición homosexual.

Aunque la presencia de los misioneros cristianos, escasa pero en aumento, prestó apoyo a quienes criticaban las prácticas del amor entre hombres, no fue sino con la restauración Meiji de 1867, un resultado directo de la apertura de Japón al mundo exterior bajo la amenaza de las armas de fuego estadounidenses, cuando la moralidad cristiana occidental empezó a dominar el pensamiento japonés, con el consiguiente punto final para el wakashudo. Tahuro Inagaki, en su obra La estética del amor adolescente escribe que:

Sin que nos demos cuenta, hemos perdido esta tradición cultural… Cuando íbamos a la escuela, solíamos oír alguna historia de dos estudiantes que se habían peleado a cuenta de un hermoso muchacho y que habían acabado sacando las navajas (…) Pero desde la nueva era de Taisho (1912-1926), no hemos vuelto a oír este tipo de cosas. El shudo, que era parte de nuestras vidas, ha llegado a su fin.

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