viernes, 25 de septiembre de 2009

martes, 15 de septiembre de 2009

El sable y la via!!!!!


En las artes, el Zen ocupa un lugar privilegiado. Algunas son específicamente Zen, incluso sobre un plano puramente histórico, tales como la ceremonia del té, el arte de las flores, una parte importante del arte de los jardines, el arte de la alfarería en todo un periodo de su evolución. Otras fueron profundamente transformadas y para decirlo así recreadas por el Zen, como la pintura y la caligrafía, y las artes marciales.Cuando el Zen llega al Japón, encontró a un pueblo cuya ocupación habitual era la guerra: guerras civiles, violencias, expoliaciones, masacres deportaciones, separaciones, eran desde el norte hasta el sur del país, la suerte común de los japoneses de esa época. El genio del Zen transformó las técnicas brutales de la guerra en artes que no se preocupaban mucho de la eficacia guerrera sino de la búsqueda de sí mismo. Todas estas técnicas se convirtieron en método de perfeccionamiento espiritual. El sable, el arco y las flechas ya no eran instrumentos de muerte, sino soportes de meditación. Este combate se volvió un combate puramente espiritual, el enemigo fue descubierto en sí mismo, en las ilusiones del ego que nos impiden ver nuestra verdadera naturaleza y a las que hay que destruir sin piedad. Bajo esta maravillosa influencia, nació el Bushido, conjunto de principios morales, código de honor, disciplina caballeresca que recomienda la cultura de cualidades físicas y morales, el coraje, la simplicidad y la frugalidad, la lealtad y la justicia, el desinterés y el menosprecio de la muerte. Tanto y tan bien que el Zen fue llamado “ la religión de los samuráis”.Aparentes u ocultos, se encuentran todos estos elementos en las artes marciales modernas, y más especialmente en el kendo, en el caído, arte de la manipulación del verdadero sable, y en el tiro con arco. Se los encuentra también en el espíritu del aikido, codificación moderna de las más antiguas artes de auto-defensa. También existen, pero de una manera menos aparente, en el judo.Sea cual sea el arte que practiquéis, sea cual sea la manera de practicarlo, siguiendo cada uno su temperamento, no podéis impedir que un día u otro encontréis el Zen y que seáis profundamente impregnados por su esencia. El Zen puede ayudaros en esta lucha de todos los instantes que es la vida moderna, y permitiros, mejor que cualquier otra influencia espiritual, encontrar este equilibrio físico y moral que tan ávidamente busca el hombre del siglo XX.Un día, desde la cima de un promontorio, un hombre veía el mar por primera vez en su vida.“!Que bello! ¡ Que grande!” decía con el aliento cortado.“Y eso que no ves más que la superficie!”, le dijo su amigo.El Zen y mi maestro Taisen Deshimaru me han enseñado a ver algo más que la superficie del mar, algo más que lo exterior del mundo, algo más que la apariencia del hombre, algo más que las técnicas de artes marciales. Ellos me han enseñado a encontrar a través de su ruda educación y no sin dolores algunas veces, el verdadero sentido de las artes marciales y el verdadero sentido de la vida.Deseo que los lectores de este libro y todos los practicantes de artes marciales sepan también apreciar y conservar esta inestimable maravilla que Taisen Deshimaru Roshi les ofrece con toda su experiencia de artes marciales aclaradas en sus profundidades y sublimadas por su enseñanza: esta enseñanza superior es zazen, la meditación sedente del Zen, que es el común denominador y el punto en el que culminan todas las prácticas, todas las artes, todas las maneras de vivir.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Cha no yu - Ceremonia del Te


Antes de que fuese una bebida, el té fue una medicina. Sólo en el octavo siglo hizo su entrada en China, en el reino de la poesía, como una de las más elegantes distracciones de aquel tiempo. En el siglo quince, el Japón le dio patente de nobleza e hizo de él una religión estética: el teísmo.

El teísmo es un culto basado en la adoración de la belleza, tan difícil de hallar entre las vulgaridades de la trivial existencia cotidiana. Lleva a sus fieles a la inspiración de la pureza y la armonía, el sentido romántico del orden social y el misterio de la mutua misericordia. Es esencialmente el culto de lo Imperfecto, puesto que todo su esfuerzo tiende a realizar algo posible en esta cosa imposible que todos sabemos que es la vida.

Quién sea incapaz de discernir en sí mismo la insignificancia de las grandes cosas, estará mal preparado para apreciar la grandeza de las pequeñas cosas en los demás. Cualquier occidental, en su frivolidad superficial, no verá en la ceremonia del té más que una de las mil rarezas pueriles que constituyen el encanto y el misterio del Extremo Oriente.



un poeta Song, ha hecho notar, con gran melancolía, que las tres cosas más deplorables del mundo, son: ver una juventud destrozada por una mala educación, contemplar admirables pinturas mancilladas por la admiración del vulgo y ver derrochar tanto buen té por causa de una manipulación imperfecta.



Porque la vida es una expresión y nuestras acciones inconscientes revelan siempre nuestro íntimo pensamiento. Confucio decía que el hombre no sabe ocultar nada. Acaso revelamos nuestros pequeños secretos porque tenemos tan pocos grandes que esconder. Los hechos insignificantes de la rutina cotidiana, forman tanta parte de los ideales de una raza, como los más altos vuelos de la filosofía y de la poesía



¿hay acaso alguna gran doctrina que sea fácil de exponer? Los antiguos sabios no exponían nunca sus enseñanzas en forma sistemática. Hablaban por paradojas, porque temían lanzar a la circulación peligrosas verdades. Laotsé, con su humor delicado, dice: "Cuando la gente de inteligencia inferior oye hablar de Tao, se echa a reír; pero si no se echasen a reír, no existiría Tao".



El taoísta Soshi. Un día éste se paseaba por el borde del río, conversando con un amigo.
_ ¡Cuán felices son los peces en el agua!
_ Observó Soshi.
_ Su amigo le respondió:
_ Vos no sois pez; ¿cómo sabéis que los peces son felices en el agua?
_ Vos no sois yo; ¿cómo sabéis que yo no sé que los peces son felices en
el agua?



El recinto del té es de aspecto ordinario. Es más pequeño que las casas japonesas más diminutas y su decoración y materiales deben dar la impresión de una pobreza refinada. Pero no hay que olvidar, no obstante, que todo ello es el resultado de una premeditación artística profunda, y que en la ejecución del más mínimo detalle se ha puesto mayor atención y esmero que el que se emplea en la construcción de los templos más suntuosos.



Existe una historia de Rikiu que describe pintorescamente las ideas de limpieza propias de los maestros del té. Rikiu estaba mirando a su hijo Shoan que barría y regaba los caminos del jardín. "Todavía no están limpios", dijo Rikiu, cuando Shoan hubo terminado; y le mandó volver a empezar. Después de una hora de trabajo, el joven filósofo se volvió hacia su padre: "Padre, nada más hay que hacer - dijo -, he lavado tres veces los escalones, he vertido el agua sobre las linternas de piedra y sobre los árboles, el musgo y los líquenes brillan con un verde fresco y luciente, y no queda en el suelo ni una hierba ni una hoja."
"¡Mi pobre loco! - exclamó el maestro - . No es así como el paseo debe ser barrido." Y diciendo esto, bajó al jardín y, sacudiendo un árbol, llenó el suelo de hojas de púrpura y de oro, ¡pedazos del manto de brocado del otoño! Porque lo que Rikiu exigía, no era solamente limpieza, sino belleza y naturalidad.



La casa del vacío, el otro nombre que se da a la casa del té, además de encerrar en él el concepto taoísta de conocerlo todo, implica la necesidad de un continuo cambio de motivos de decoración. Ya he dicho que la cámara del té debe estar completamente vacía, salvo en cuanto puede momentáneamente colocarse en ella para satisfacer una fantasía estética. Si se coloca en ella un objeto de arte, hay que supeditarlo todo a la idea de realzar su valor. ¿Podría a alguien ocurrírsele oír al mismo tiempo alguna pieza de música? ¿Acaso la comprensión de la belleza es posible sin concentrar toda la atención alrededor del objeto central? El sistema de decoración de nuestra casa del té es netamente opuesta a la costumbre occidental de convertir en museo el interior de una casa. Para un japonés, acostumbrado a la simplicidad ornamental y a los frecuentes cambios de decoración, un interior occidental relleno permanentemente de un montón de cuadros, esculturas y objetos antiguos de todas las épocas, da la impresión vulgar de una ostentación de riquezas.



La verdadera belleza sólo es asequible a quien mentalmente completa lo incompleto. La virilidad de la vida y del arte reside en sus posibilidades de desarrollo. En la cámara del té, cada invitado debe completar imaginativamente, y según sus gustos personales, el efecto del conjunto.



El método de decoración japonesa difiere completamente del acostumbrado en las casas de Occidente, en las que se ven los objetos dispuestos simétricamente sobre las chimeneas y en otros lugares. A nosotros nos hace el efecto este sistema, de encontrarnos frente de repeticiones inútiles.



La simplicidad de la cámara del té y su falta de vulgaridad, hacen de ella el verdadero santuario contra las vejaciones del mundo exterior. Solo en aquel recinto es posible consagrarse, sin turbaciones exteriores, a la adoración de la belleza. Durante el siglo dieciséis, el recinto del té ofreció a los bravos guerreros y a los hombres de Estado que trabajaban en la unificación y en la reconstrucción del Japón, unas horas de tregua y de descanso en medio de sus duras labores. En el siglo diecisiete, cuando se impuso el estricto formalismo de la regla Tokugawa, constituyó para las almas artistas la única ocasión de comunión libre. En presencia de una obra de arte, no hay diferencia entre el daimio, el samurai y el hombre de pueblo. El verdadero refinamiento es hoy día cada vez más difícil por causa del industrialismo; hoy más que nunca necesitamos la cámara del té.



Un viejo proverbio japonés dice que una mujer jamás podrá llegar a amar a un hombre verdaderamente vanidoso, porque no hay en su corazón la menor grieta por donde pueda penetrar el amor. La vanidad en el arte es también fatal a la simpatía, sea por parte del artista, sea por parte del público.



Nada hay más edificante que la unión espiritual delante del arte. En los momentos de estos encuentros, el verdadero artista se sobrepasa; es, y a la vez no es. Entrevé un resplandor del infinito, pero no tiene palabras para expresarlo, porque los ojos no tienen lengua. Liberado de las cadenas de la materia, su espíritu puede moverse en el ritmo puro de las cosas.



Varios de nuestros dramas más famosos tiene como tema la pérdida y la recuperación de una célebre obra de arte. En uno de ellos, por ejemplo, el palacio del señor Hosokawa, en el que se conserva el célebre retrato de Dharma, por Sesson, se incendió por una negligencia del samurai de servicio. Resuelto a afrontar todos los peligros para salvar el precioso cuadro, aquel se precipita al interior de las llamas, se apodera del kakemono, pero halla todas las salidas cerradas por el incendio.
Pensando sólo en la salvación del preciado tesoro, saca su espada, se hace en el cuerpo una ancha herida y con una de sus mangas cortadas arrolla la seda pintada y hunde el envoltorio en la herida. El fuego se extingue al fin, y entre las cenizas humeantes se halla un cuerpo medio consumido en el interior del cual, salvado del fuego, reposa el tesoro inestimable. Por trágica que pueda considerarse esta historia, prueba, no sólo la fidelidad de un samurai, sino el valor que debe darse a una obra de arte.


El Maestro del Té, trataba de ser algo más que un artista, el arte mismo. Era el Zen de la estética. La perfección está en todo si nos preocupamos de reconocerla.


Los últimos momentos de los Maestros del Té estaban tan llenos de refinamiento como lo habían estado sus vidas. Buscando siempre conservar la armonía con el gran ritmo del universo, estaban siempre dispuestos a penetrar en lo ignoto.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

EL ARTE DE DESENVAINAR CORTANDO!!!!


El Iaido es, hoy por hoy, una disciplina marcial poco conocida en nuestra sociedad, dado que existen muy pocos practicantes y escasos profesores o maestros. Esto hace que incluso los budokas veteranos en otras artes marciales que han visto practicar Iaido, no acierten a situar esta especialidad en el lugar que corresponde. En general se considera al Iaido como algo anacrónico, sin ninguna utilidad práctica en nuestra vertiginosa actualidad regida por las computadoras. No obstante, esta es una concepción errónea.
El Iaido, como todas las artes marciales, nos lleva al terreno de la práctica en el que se exige la presencia y colaboración intima del “cuerpo” y del “espíritu”, y desde esa realidad tangible, el adepto inicia un trabajo de perfeccionamiento sobre si mismo. El entrenamiento de Iaido, además de constituir un ejercicio físico que desarrolla sobre todo la agilidad y la coordinación de movimientos, nos va a revelar un sin fin de datos acerca de nuestros limites y posibilidades, amen de ejercitar la capacidad de concentración, la alerta, la disponibilidad y la adaptación instantánea a lo inmediato e imprevisto.
¿Quién se atrevería a afirmar que estas cualidades no tienen aplicación constante en la cambiante vida de cada día? El Iado es un excelente complemento para el judoka, karateka, aikidoka, etc., como un regreso a las fuentes que impregnaran sus actitudes de la esencia, el espíritu y la estética del Budo Tradicional.
El Iaido es un arte marcial que se practica solo (individualmente), bajo la forma de katas, cada uno de los cuales representa la forma de reaccionar frente a una situación o tipo de ataque diferente. IAI significa unidad del ser, permanecer en armonía consigo mismo, unirse al espíritu del adversario sin moverse. DO significa Vía o Camino. En su sentido utilitario, el Iaido es el arte de estar atento y dispuesto para responder en cualquier situación o momento, sea cual sea la forma de ataque del enemigo. Considerado bajo el aspecto ético moral formativo, el Iaido se identifica como LA VIA PARA ALCANZAR LA UNIDAD Y LA ARMONIA DEL CUERPO Y DEL ESPIRITU, y ello implica vivir dicha armonía con los demás y con el entorno.
La primera impresión que se produce en el occidental que contempla la realización de un Kata de Iaido (o un entrenamiento) es la de estar presenciando una práctica o Arte anacrónico, primitivo e irreal para estos tiempos, y perfectamente inútil en esta sociedad cada vez más tecnificada. Podría concederse una parte de razón al que así juzga si lo hace únicamente desde el punto de vista de la imposible o dudosa aplicación práctica de esas técnicas de combate con un sable japonés en la vida cotidiana.
Ciertamente, hoy no podemos resolver ningún problema de nuestra vida con la ayuda de un sable por más hábiles que seamos en su manejo, pero los efectos del Iaido van mucho más allá del hecho de proporcionar dicha destreza corporal si consideramos la validez universal y permanente de sus objetivos, como vamos a ver a continuación:
Objetivo Práctico : EL Arte del Iaido se basa en anticiparse en la propia autodefensa rechazando una agresión, y ello no es posible sin la estrecha colaboración cuerpo-mente. Todos los gestos y movimientos de cada situación de Iaido están destinados a ejercitar y desarrollar la concentración en el “aquí y ahora”, el control del cuerpo y de la mente, la disponibilidad, la adaptación inmediata a lo imprevisto conservando la serenidad que permite hacer un juicio rápido de cada momento o circunstancia. Objetivo Ético : El objetivo oculto del Iaido es llegar a ser dueño del propio ego (deseos, emociones, prejuicios, temores, etc.) y comportarse con el máximo respeto y cortesía en todas las circunstancias. Como es fácil deducir de todo lo expuesto, el Iaido constituye una práctica excelente e idónea para mejorar la estética y el dominio de los gestos mediante la acción sobria y eficaz en la que se aprende a pasar de un estado de calma absoluta a una acción o movimiento fulgurante, libre de toda emoción, deseo, temor, etc.