martes, 14 de diciembre de 2010

Sabiduria Zen


En la mente del principiante hay muchas posibilidades, pero en la mente del experto hay pocas.
Shunryu Suzuki

Para una persona que desconoce el camino del Zen, las montañas son montañas y los ríos son ríos; después de un primer vislumbre de la verdad del Zen, las montañas dejan de ser montañas y los ríos ya no son ríos; después de la iluminación; las montañas vuelven a ser montañas y los ríos vuelven a ser ríos.
Dicho zen

El Tao que puede ser expresado con palabras no es el eterno Tao;
el nombre que puede ser caracterizado no es el nombre inmutable.
Tao Te Ching

Fundamentalmente, el arquero apunta hacia sí mismo
Zen y el arte del arquero.

Si no puedes encontrar la verdad en el lugar donde estás, ¿donde esperas encontrarla?
Dogen.

"Voy a hacer una pregunta" dijo el Rey Melienda al venerable Nagasena. "¿Puede contestar?"..
Nagasena dijo: "Por favor, haga su pregunta".
Dijo el Rey: "Ya he preguntado".
Contestó Nagasena: "Ya he respondido".
Dijo el Rey: "¿Qué respondió?".
Nagasena dijo:"¿Qué preguntó?".
El Rey dijo:"No pregunté nada".
Nagasena dijo:"No respondí nada".
Historia Zen

El engaño fundamental de la humanidad es suponer que yo estoy aquí y tú estás allá.
Yasutani Roshi.

Un monje le preguntó al maestro Haryo:
"¿Qué es el camino?"
Haryo dijo: "Un hombre con los ojos abiertos cayendo en un pozo".
Koán Zen.

Un monje le preguntó a Chao-Chou:
"Si viene un hombre pobre, ¿que debería darle uno?".
"No le falta nada", contestó el maestro.
Mondó Zen.

Al caminar, simplenete camina.
Al sentarte, simplemente sientate.
Sobre todo, no te tambalees.
Yun-men.

Oponer lo que te gusta a lo que te disgusta: esa es la enfermedad de la mente.
Seng-Tsan.

Debes buscar sin buscar.
Wu-men.

Los maestros abren la puerta, pero eres tú quien debe atravesarla.
Proverbio chino.

Si encuentras al Buda en tu camino,
Mátalo!.
Lin-Chi.

No trates de seguir los pasos de los hombres del pasado, busca lo que ellos buscaron.
Basho.

Aquel que es bueno al disparar no da en el blanco.
Dicho Zen.

Aprende bien las reglas y luego olvídalas.
Basho.

¿Cual es el color del viento?.
Koán Zen.

¿Cual es el sonido de una sola mano aplaudiendo?
Koán Zen.

Cuando un hombre común obtiene conocimiento, se vuelve un hombre sabio.
Cuando un sabio obtiene compresión, se vuelve un hombre común.
Dicho Zen.

Gobierna tu mente en vez de ser gobernado por ella.
Dicho Zen.

Un budín pintado no quita el hambre.
Kyogen.

Mejor que dar reposo a tu cuerpo es darle reposo a tu corazón.
Muñon.

El sabio no hace nada; el necio se ata.
Doshin.

Ganancia es ilusión, pérdida es iluminación.
Sawaki Roshi.

Un tonto se ve a si mismo como otro,
pero un sabio ve a los otros como si mismo.
Dogen.

Aquel que conoce a los otros es sabio.
Aquel que se conoce a si mismo es iluminado.
Tao Te Ching.

jueves, 9 de diciembre de 2010

Pintura y caligrafía

El Zen también se trasmite a través del cultivo de las artes. La pintura, la caligrafía, la poesía, la música, la danza, el tiro con arco, la esgrima, los arreglos florales o la ceremonia del té constituyen disciplinas de apoyo a la meditación, con las que el alumno ejercita su cuerpo, su psiqué y su espíritu; son, por tanto, actividades ligadas a la propia realización interior del que las practica, dado que estas artes derivan o tienen su origen en la esencia misma del Zen. "La realización original es una práctica maravillosa", afirma un dicho Zen, mediante la cual se experimenta una evolución hacia el punto de vista universal.

La pintura Zen es una síntesis entre la caligrafía, la música y la poesía. En ella se contrapone por un lado la delicadeza de los trazos y la fragilidad de los materiales (papel de arroz, seda, tinta), y por otro, la firmeza y el buen pulso que debe poseer (o desarrollar) el que lo ejecuta. Es la impronta, como el fulgor del rayo, lo que debe reflejar el trazo. Esta técnica le da a la pintura la apariencia de obra inacabada, o mejor dicho, no retocada, pues no es el perfeccionismo de la obra lo que la convierte en imagen de la Belleza de las cosas: su verdad, siendo ese trazo inacabado el símbolo con que se sugiere la idea de infinito. Por analogía, siempre seremos más ese trazo que surge espontáneo y natural que cualquier imagen acuñada que tengamos de nosotros, como ser fulanito de tal, residente en tal lugar, con ideas políticas éstas o aquellas, empresario triunfador o fracasado social. Todo eso son imágenes que no manifiestan nuestra naturaleza, sino una serie de anécdotas que nos hacen aparecer como el producto de un tiempo y unas circunstancias determinadas, pero que en definitiva no son más que contingencias de nuestro ser, es decir, un equívoco que condiciona nuestra verdadera naturaleza búdica.

Cuando se llega a aprehender el sentido de la pintura Zen, el trazo es decidido y sin titubeos, reflejándose en él la tranquilidad de quien está acometiendo una acción guiada por un instinto superior al del simple virtuosismo, pues se trata de sentirse partícipe de un gesto primigenio que se perpetúa en la intención del trazo. Es decir: unidos a la idea que lo contiene, que es anterior a la manifestación de ese gesto.

Ese trazo inacabado o abierto, es un indicativo de las múltiples posibilidades de desarrollo contenidas potencialmente en un único gesto, como símbolo del Trazo Primigenio y por consiguiente un símbolo de la verdad incognoscible, Principio que está más allá de la propia creación. Ese trazo abierto es una sugerencia sutil, pero nítida, que nos pone en condiciones anímicas e intelectuales de advertir que más allá de todas nuestras percepciones, el misterio se abre ante nosotros como una clara realidad. "La mayor perfección -dice Lao Tse- debe parecer imperfecta, entonces será infinita en su efecto; la mayor abundancia debe parecer vacía, entonces será inagotable en su efecto".

A través de la pintura y la caligrafía, se descubre el Zen. El practicante debe integrarse completamente en la obra, como si ésta constituyera una fase de su propia respiración. En el flujo que une la idea o inspiración artística con la propia obra, se halla el hombre como intermediario creador o intérprete, lo cual da a cualquier creación el sentido verdadero de arte.

En el arte, tomado como vehículo de Conocimiento del Ser, o del Zen, no tiene cabida el artificio estético, ni ninguna otra clase de falseamiento de la obra ya que ésta es, ante todo, el resultado de la comprensión de las enseñanzas adquiridas por el artista y por consiguiente nunca un objeto separado de él, pues ambos (objeto y sujeto, u obra y artista) forman parte de la misma revelación. Esa es la experiencia vital Zen que no necesita, ni seguramente le convienen, mayores explicaciones.

La Cosmogonía es la obra artística por excelencia, su pálpito, que es la vida, está en todo lo que existe y no tiene fin. Toda esa maquinaria celeste y terrestre está al descubierto y al mismo tiempo hoy nos está velado reconocerla. Se dice que antes de estudiar el punto de vista Zen uno ve las montañas como montañas y las aguas como aguas. Una vez se ha alcanzado mayor conocimiento, se comprueba que ni las montañas son montañas ni las aguas, aguas. Y cuando se llega a la substancia y se siente la sorpresa que es la vida, entonces vuelve a ver las montañas como montañas y las aguas como aguas.

La pintura Zen, efímera y simplista (a veces se pinta también sobre hojas de árbol) es al mismo tiempo muy enérgica en los trazos, lo que le da vida y movimiento, consiguiendo reflejar con la misma intensidad tanto el movimiento (yang) como la más reposada quietud (yin), dado que lo que verdaderamente capta el artista Zen no son las formas, sino la vida que fluye en ellas. Estas dos energías, implícitas en todo, se hallan representadas de manera análoga en la simbología de otras tradiciones, lo que indica que en otro tiempo esto era completamente evidente para todos los hombres. Paradójicamente, hoy, no habiendo cambiado nada de esa realidad, los hombres no somos capaces de advertirlo y son necesarios métodos y disciplinas que nos ayuden a recuperar de nuevo esa perspectiva del mundo. Es el caso del símbolo del caduceo de la tradición hermética, mediante el que se nos revela que la vida siempre se expresa por contrastes; de ahí la necesidad de complementar los opuestos, pues en definitiva de esa unión procede la propia respiración del universo, es decir, que sin esta síntesis no es posible la vida, idea representada, en este símbolo, por el eje vertical a través del cual ascienden estas fuerzas representadas por dos serpientes enroscándose en torno a él. Se dice que "la iluminación (la Verdad) existe, y si nada le sugerimos quizá se nos revele como muy diferente".

En una de sus pinturas, en la que se ve un mono colgado de la rama de un árbol que cae sobre un estanque donde se ve reflejada la luna, el maestro Hakuin, escribió los siguientes versos:

"El mono trata de alcanzar la luna reflejada en el agua.

No se dará por vencido hasta que la muerte le derrote.

Si fuera capaz de soltar la rama y hundirse en el estanque,

El mundo entero brillaría con claridad deslumbrante".

También se pintan historias donde se captan situaciones vividas por antiguos maestros y que constituyen enseñanzas expresadas en forma de leyenda en imágenes, y algunas suelen ir acompañadas de poemas. En una de estas pinturas se ve a un monje calentándose en una fogata alimentada con la madera de una estatua de Buda. Sobre esta pintura se cuenta la siguiente leyenda: "Tan Hsia, un monje vagabundo, llegó a un templo abandonado una noche muy fría de invierno. Soplaba el viento y caía la nieve, Tan Hsia decidió que el mejor servicio que podría prestar a Buda era darle calor, y quemó un Buda de madera que había en el Templo para calentarse".

La pintura Zen muchas veces representa a los maestros en actitudes poco dignas, como limpiándose las orejas, harapientos y burlones, lo que indica, una vez más, que al camino del Zen le sobran las reverencias y el ceremonialismo. A través del arte el Zen promueve iniciar al alumno a captar el hálito del mundo. Cualquier cosa, y todas las cosas, lo manifiestan. Bastaría con que fuéramos capaces de contemplarlas con serenidad inteligente y veríamos que todas están completamente armonizadas. Se trata de reeducar nuestra visión del mundo, de modo que podamos darnos cuenta de esa realidad mágica, pues permanece oculta ante las miradas de todos. El buen observador, cuando contempla las cosas con los ojos de la inteligencia, no sólo mira o ve, también oye y escucha, huele y saborea, y todo eso a la vez que respira y siente. ¿Y acaso ese observador podría ser otra cosa fuera de todas esas percepciones? ¿Dónde situaría uno, cuerdamente, el límite de su individualidad? ¿No es acaso el que contempla el continente y contenido? ¿Y no es acaso la unidad de formas y sensaciones lo que percibimos y nos envuelve? Es por eso que sentirse fuera de esa cosmovisión convierte al ser humano en "desterrado" de su propia realidad trascendente.

IKEBANA


El arreglo floral, Ikebana que se traduce como: "el arte de conservar vivas las plantas en recipientes con agua" es un ejercicio de meditación que se efectúa a través del arte de armonizar las flores según la naturaleza que ellas poseen. Se caracteriza por el total respeto a la belleza natural de las flores, las cuales una vez abiertas son el símbolo del desarrollo de toda la manifestación pues, como se dice en el Programa Agartha "nada hay que exprese mejor el despliegue de la vida universal que una planta en su pleno desarrollo".

Ikebana es una disciplina cosmogónica que sitúa a quien la practica de intermediario entre el Cielo y la Tierra, en cuanto creador del ramo, y en condiciones de poder desvelar los secretos de la estructura universal al participar, como mediador, en una obra que excede su individualidad, por cuanto está claro que su composición artística es una colaboración a una obra de arte que, en sí misma, nadie podría superar en majestad y belleza.

El arte Ikebana es una actividad sagrada que proporciona los elementos adecuados para conjugar un sin fin de relaciones simbólicas que finalmente se concretizan o resuelven en el ramo. Este ejercicio artístico es un vehículo sagrado, es decir un intermediario (como lo es el Tarot, o el I Ching, por ejemplo) a través del cual el artista establece una serie de analogías y correspondencias simbólicas que le permiten descubrir el juego de relaciones que conforman la estructura de las cosas concretas y sutiles.

Las imágenes simbólicas que sugiere esta práctica, pueden llegar a ser innumerables. Basta con intentar penetrar en la esencia de cada flor. Esta, siendo parte del ramo, es también el árbol, y por supuesto la semilla que lo contenía, y la tierra que la arropó, el viento que la modeló, el sol que la vivificó, la luna que le dio su energía, la lluvia que la alimentó. Cualquier flor es fruto de la interrelación de la vida, del Ser. El Universo entero está contenido en cada flor, pero ella no es el Universo. Esa es la realidad mágica de las cosas, pues permanece "invisible" y eternamente expresándose.

Entre las múltiples posibilidades de forma que pueden existir en la composición de un ramo, el arte Ikebana realiza sólo una, pero que al mismo tiempo las contiene a todas, ya que la composición floral imita un modelo arquetípico, idéntico al que muestran otras tradiciones, y observable en las leyes naturales, y por lo tanto también en el interior de cada hombre. "El Cielo es su padre, la Tierra su madre" dice la Tabla de Esmeralda hermética. En el Ikebana todo arreglo floral, tiene tres niveles de altura. Una rama más alta simbolizando el cielo, una baja, símbolo de la tierra y una intermedia que simboliza al hombre, único ser de la tierra capaz de conjugar ambas energías, y es por tanto la síntesis (el hijo) entre estos dos principios que se complementan en él mismo. Reproducir manualmente esta tríada, a través de cualquier modalidad de arte o artesanía es verdaderamente un rito de participación, por comprensión, en el gran Rito, origen de la creación.

El Zen está en el ramo, como está en el árbol, en sus ramas o en sus hojas, pero si el árbol no existiera, el Zen seguiría existiendo. ¿Es la leña que arde el fuego? y si no hay leña, ¿dónde está el fuego? De esta comprensión nace el arte de "reunir lo disperso", cosa que en el Ikebana se hace dentro de los límites simbólicos que establece el propio ornamento floral, al que toma como modelo. Se dice que los límites están para superarlos, pero debe entenderse que los límites que establecen las diferentes tradiciones, transmisoras de la Ciencia Sagrada, se superan siempre por arriba, por la vertical.

Todos estos límites ayudan a la no dispersión y por tanto reunifican nuestras fuerzas y nos indican la dirección de salida: el ascenso. Consiste en interpretar los signos que a cada cual van proporcionando las plantas, tales como su inclinación espacial, su tamaño, su color, su textura, su perfume, todas son señales simbólicas que le transmiten al artista unas sensaciones determinadas, es decir, que influyen (fluyen) en su propia naturaleza y por eso mismo se coloca en condiciones de verse tal cual, formando parte de esa misma unidad simbolizada por la composición floral que es como decir que advierte su integración total en la Gran Obra de la creación, donde todas las ramas están incluidas y ocupan el lugar y sitio que les corresponde, su espacio propio. "A ninguna de las ramas que uno encuentra se la rechaza por fea. Siempre se la puede incluir. Es cuestión de aprender a ver qué lugar ocupan en la situación: ese es el punto clave. Por eso, jamás rechazamos nada; esa es la forma de establecer una conexión con los dralas (la magia) de la realidad".

viernes, 26 de noviembre de 2010

TATSUJIN: "EL HOMBRE-SABLE"


“Para el Maestro del sable,
por encima de la gloria,
de la victoria e incluso
de la propia vida,
se halla la Espada de la Verdad;
de la verdad que él ha experimentado
y que le juzga”.

Para adentrarnos en el estudio de la vida y de la obra de los grandes maestros de la espada, y para comprender sus sagradas y redentoras enseñanzas, debemos tener en cuenta que sus textos, sus consejos, sus poemas, sus caligrafías, provienen directamente de un elevado estado de conciencia, de una experiencia trans-personal a todo punto intransferible por las palabras; de una “revelación” interior, de una iluminación. Son fruto de su ascetismo, de su desprendimiento del yo, de su rigor, de su sufrimiento, de su compasión, de su amor santo, de su “implacable lucidez”.
Estos hombres universales hicieron exactamente lo contrario de lo haría un hombre común: pusieron su cuerpo, su salud, su corazón, su arte, su inteligencia, su experiencia, su dolor, su energía, su amor, su ki, su genialidad, su iluminada compasión y su “visión”, al servicio de su alma y de su espíritu. Y no tardaron en recibir como respuesta (pues el Universo es un mecanismo de reflejo) el inagotable tesoro de una sabiduría sobrenatural más allá de lo humano. Como los textos sagrados de los alquimistas, de los hermetistas, de los santos meditantes y de los sabios guías de la Humanidad, las enseñanzas de los grandes tatsujin (“hombres-espada”) proceden directamente de un estado expansivo (tal vez incluso “explosivo”) de despertar, de un mundo de luminiscencia en el alma que el cristianismo llama “Reino de los Cielos”, el hinduismo Brahma-loka, el “ Cielo Creador”, y en el Shinto “Takama-A-Hara”, el “más allá”, el paraíso líbico de los dioses (kami) y de los inmortales taoístas (Lie-Sien-Chuan). Esos no son, evidentemente, lugares físicos y tangibles, levitando sobre las nubes o allende de las estrellas, en los que sólo los ignorantes y los fanáticos -que tan a menudo van de la mano- pueden todavía creer, sino exaltados estados de conciencia expandida, re-unificada con el origen, reabsorbida en la Unidad Esencial, en “lo que éramos antes de llegar a ser”, como rezan los Upanishads. Es pues, desde un estado de meditación, de elevación de conciencia cercano a la exaltación espiritual, de humildad profunda, de gratitud sin reservas, de “anhelo de liberación en beneficio de todos los seres” (boddhichita), que debemos acercarnos a estas enseñanzas muy santas, desde una visión de vuelo de águila, de himalayista del alma, tal vez sentados y observando quietamente desde una lanzadera espacial o con una mente de astronauta de la evolución, precisamente la misma mente expandida, inclusiva y no-dual que llegaron a alcanzar esos grandes maestros.

No podemos hacer descender estas enseñanzas sagradas a nuestro nivel del mar mental, a incluso más abajo todavía, sino elevarnos nosotros lo más alto posible, so pena de incomprenderlas, de convertirlas también en material fungible, o a lo peor, en una nueva capa de metal para nuestra herrumbrosa armadura egótica. En 1387, durante el reinado del shogun Asikaga Yoshimitsu, nació uno de los más grandes maestros de sable de la historia: Lizasa Choisai Ienao. Era este un hombre muy noble, culto pero modesto, amante de las artes y de las letras y partidario de la paz, que siempre se sintió atraído por la vida espiritual y que con el tiempo, se convertiría en monje budista. Una leyenda dice que en una ocasión uno de sus siervos lavó las patas de su caballo en las aguas de una fuente sagrada cerca de un santuario y que el pobre animal, tras caer presa de convulsiones, murió. El maestro Lizasa creyó muy seriamente que se trataba de un grave error y que la muerte del caballo se debía a las consecuencias kármicas de la profanación del lugar santo, dedicado a la presencia de una divinidad shinto llamada Futsu Nushi No Mikoto, ángel guardián del templo Katori Jingu y santo patrón de los esgrimistas. Así, tras una vida consagrada al sacrificio, a la purificación, a la meditación y al refinamiento del carácter, habiendo llegado a ser consejero y maestro de armas del shogun Yoshimasa, pero hastiado de la decadencia de la burguesía y de la corrupción política del ambiente cortesano, del egoísmo y la barbarie que le rodeaban por todas partes, a los sesenta años de edad Lizasa Choisai decidió consagrarse a un periodo de austeridad (gyo) entrenamiento marcial y meditación de mil días (sen-nichigyo) en la soledad de los bosques cercanos al santuario Katori. Su ascesis (gyo-misogi) consistía en periodos de meditación y estudio de la filosofía budista, entrenamiento en el arte del sable y otras herramientas clásicas, ayunos y austeridades que emanaban de la tradición esotérica de la escuela Shingon y del chamanismo animista de los monjesguerreros que vivían en las montañas, los célebres Yamabushi. Se dice que al finalizar su retiro, una noche tuvo una visión de la divinidad del santuario, con el aspecto de un joven muchacho sentado en las ramas de un ciruelo. En esa ocasión, Lizasa sensei recibió la enseñanza misteriosa y secreta (okuden) de la escuela Tenshin Shoden Katori Shinto Ryu en un volumen de estrategia marcial (heiho-shinsho). Tras esa visión, creó su maravillosa vía marcial de sable, impregnada de su profunda sabiduría, de su ascetismo, de su gran compasión e “inspirada” por su visión celestial. Desde entonces, cada enseñanza de la escuela Katori Shinto es considerada como «kami-waza», una técnica de origen divino. Cuando algún estudiante o experto de otra escuela (ryu) lo desafiaba, como era costumbre en la época y en siglos posteriores, Lizasa Sensei le invitaba a tomar el té. Antes del encuentro, colocaba una pequeña esterilla sobre unos brotes tiernos de bambú, y se sentaba después sobre ellos en postura de meditación, sin doblarlos ni romperlos. Los adversarios comprendían entonces que se trataba de un hombre santo, de un sennin, un asceta-yogi poseedor de grandes siddhis o poderes metafísicos, y que estaban frente un tatsujin, un verdadero maestro que había realizado la “unidad con la espada”. Algunos se retiraban prudente y silenciosamente, y otros solicitaban humildemente convertirse en sus discípulos. La escuela Katori Shinto, con una antigüedad de más de setecientos años, a diferencia de otras ryu, más relacionadas con el Zen, añadió la profundidad del pensamiento budista y el ideal de la “compasión dinámica” al arte de la esgrima tradicional. Entre los mandatos de la escuela, que tenían un gran trasfondo esotérico, se enseñaba a evitar el combate, a sentir compasión hacia el enemigo y, algo absolutamente inusual en aquella época en la que las técnicas de sable terminaban inevitablemente en verdaderos rituales de ejecución, e inverosímil incluso hoy en día: perdonar la vida, redimir al enemigo, darle una segunda oportunidad de transformación. Es de notar que los kata de la venerable escuela Katori Shinto siempre finalizan sin dar muerte al adversario, algo absolutamente inusual en el ate de la esgrima, y mas aún ¡desde hace setecientos años¡. En una época de violencia en todos los niveles sociales, de corrupción política, de latrocinio, de codicia, de avaricia, de revueltas sociales y de intrigas palaciegas (no muy distinta de la actualidad) en la que de la búsqueda de la eficacia por la vía de la astucia, de la argucia, de la delación y del engaño estaban a la orden del día, estas inconcebibles ideas constituyeron una verdadera revolución para el arte de la espada. La escuela Katori Shinto Ryu, considerada en la actualidad como Tesoro Nacional y “bien cultural de valor inapreciable”, fue la primera en permitir la entrada a gentes de toda clase y condición social. Así, no solamente nobles o miembros de la casta de los samurais, sino también hombres y mujeres del pueblo, comerciantes, trabajadores de todos los gremios y campesinos eran aceptados, transformándose en sus discípulos y muchos de ellos en grandes maestros del sable. Por medio de la meditación y de una práctica marcial severa, en la que la humildad, la discreción, la ausencia de ambición, liberada del egocentrismo sutil o evidente que caracteriza y revela con excesiva frecuencia a los estudiantes (¡y a los instructores¡) poco avanzados, y una total impersonalidad, las enseñanzas del maestro Lizasa inspiraban a cuantos se le acercaban un sentimiento de paz, de compasión y de benevolencia activa. Harigaya Sekium, un gran espadachín del siglo XVII, enseñaba que no debían imitarse los movimientos de los animales ni en el pensamiento ni en la acción. Creía que esgrimir con un bárbaro instinto animal, desde la brutal selección natural, el miedo instintivo, la astucia, el odio y el resentimiento, que tan a menudo caracterizaban a las escuelas de esa época y de siglos posteriores, era un grave error. Pensaba que el arte del sable consistía en esgrimir en armonía con los movimientos de los astros, con las energías y las vibraciones sutiles de la Naturaleza. En su enseñanza, trascendía también la idea primitiva de Ai-Uchi, (cortarse o darse muerte unos a otros) hacia Ai-Nuke: ser uno con el otro. Para Sekium, el ideal era entrar en el “espacio sagrado” del oponente, que definía con la frase: “uno solamente, dos nunca“. Llegó a la convicción de que no se podía acceder a ese espacio santo por medios ordinarios, y habló entonces de la absoluta necesidad de “volver a la Unidad”, a la esencia o energía primordial (ki-ichi), contrariamente a otras escuelas que proponían la fuerza, la voluntad, la astucia o el estoicismo ante lo inevitable, como base de una evolución táctica, ya que según su experiencia, esta vía desembocaba inevitablemente en “combates bestiales”. Sekium sensei, creador de la escuela de sable Mujushinryu, fue un visionario, poeta, filósofo, hombre también renacentista, que enseñaba a sus discípulos a practicar la esgrima desde el “centro del ser”, en armonía con el movimiento mismo del Universo, con gestos relajados, apacibles, sin ritmo establecido; a ser “uno con el movimiento del otro”. Alcanzó, a través del arte sublime de la espada y tal vez sin ser consciente de ello, una cima inexpugnable e inexplorada del espíritu marcial y de la evolución del ser humano. Trascendió la imagen salvaje y brutal de la búsqueda de la eficacia en el combate con espada, y creo un camino de redención, de armonía con el Universo, de paz interior y de profundo respeto por la vida. Mostró a sus discípulos, a través del arte alquímico del sable, cómo alcanzar el reino de lo sagrado. Al final de sus días, Sekium estaba convencido de que ese estado del ser era sólo accesible por la “gracia del amor” y les enseñó a sus seguidores un concepto inexpresable e incomprensible para sus contemporáneos y para otras muchas generaciones futuras: amar al enemigo. Yamaoka Tesshu, considerado el mayor maestro de sable de todos los tiempos, nació en Edo (Tokio en la actualidad) el 10 de junio de 1836. Desde muy niño tuvo una gran atracción por la espiritualidad y aunque estudiaba confucianismo, se sentía más inclinado hacia el pensamiento Zen. Amaba escalar las montañas, alcanzar las cimas y sentarse a meditar en las cumbres, que le evocaban la imagen del espacio, de la vacuidad y de la nada. Tras una experiencia espiritual en su juventud, en la que se sintió alumbrado por la imagen del Buda de la Compasión (Kannon-Bosatsu) percibió el inmenso sufrimiento de todos lo seres como existiendo en su propio interior (“todos los seres están llorando”) y decidió dedicar su vida a la búsqueda del despertar y de la liberación. Simultáneamente comprendió que el ideal del dharma (la “justa ley “) del guerrero consistía en dar la vida por los demás y no arrebatarla; tener un espíritu de sacrificio y abnegación, llevar una existencia sobria, y aún ascética, noble siempre, que el samurai podían llegar a representar, como símbolo viviente de un ser humano con espíritu compasivo, que se consagra a sí mismo y sacrificaba su existencia en beneficio de sus semejantes, de los pobres, los sometidos, de los inocentes, de los desfavorecidos y los humildes. Durante su vida, Yamaoka dio ejemplo de una filantropía y humanismo que iban más allá de lo verosímil. Vivió en una gran sencillez, y a menudo en la sórdida pobreza. Durante años su hogar apenas medía el espacio de tres piezas de tatami, y debido a su existencia miserable, uno de sus hijos murió de desnutrición. Yamaoka, aun en esa penosa situación, meditaba en postura de loto en una esquina del minúsculo habitáculo, hasta sumergirse en la vacuidad del ser. Sus biógrafos afirman que alcanzó tres veces el estado de despertar o “satori”. Hombre de valor y fuerza de carácter, se cuenta que cuando era maestro de armas y consejero del joven e impetuoso emperador Meiji, en una ocasión lo arrojó airadamente por lo suelos (dícese que incluso lo pateó) al encontrarlo ebrio, recriminándole su lamentable estado y su deshonroso ejemplo. El monarca le pidió perdón humildemente por su incalificable conducta. Era tal su nivel de destreza marcial, fruto evidente de su estado de conciencia, que al final de sus días combatía sin espada, simplemente esquivando, sonriente, los tajos de sus adversarios, que finalmente se rendían o caían agotados. El mismo se había sometido a entrenamientos inhumanos, como batirse en duelo embutido en precaria armadura de su creación ¡contra mil adversarios seguidos¡ sin descanso, sin comer y únicamente bebiendo de vez en cuando un poco de agua. Un combate libre (shiai) que podía durar hasta tres días. Pocos de sus seguidores han podido imitar a su maestro en tal hazaña física, o más bien, metafísica, e incluso se dice que algunos perdieron la vida por deshidratación y agotamiento. Tras su llorada desaparición, semejante maestría nunca ha podido ser alcanzada por nadie, y los misterios de su escuela, la Muto-Ryu o del “sable-del-no-sable”, posiblemente se hayan perdido para siempre. Su gran compasión, su sobriedad, su profunda humildad, su alegría íntima y reveladora de un alma inmensa, y su gran valor —

características de un tatsujin, de un verdadero maestro de la espada— dan fe de la eficacia de su sistema marcial. Considerado un calígrafo insuperable, y ya moribundo, depuso la espada y esgrimió la excelencia de su pincel impregnado de compasión, para dar vida a más de cien mil abanicos, considerados valiosas obras de arte, para que los numerosos pobres de su época pudieran venderlos y sobrevivir en tiempos de penuria y hambrunas. Tal vez a mediados del siglo XX solo otro hombre universal, el gran maestro Morihei Ueshiba, descubridor del Aikido, llegó a alcanzar un similar estado de despertar espiritual. Ueshiba O-sensei era un hombre extremadamente espiritual, un gran guerrero y un profundo asceta, que desde su juventud había adoptado como regla de vida (al igual que su maestro Onisaburo Deguchi, líder de la orden religiosa-esotérica O-Moto-Kyo) el antiguo y venerado mandato de kyokaku: “protector del oprimido y enemigo del fuerte”, al igual que algunos célebres samuráis del pasado. Más tarde, el propio Morihei adoptaría para el resto de su vida un concepto filantrópico y universalista aún superior, que define magistralmente el ideal santo de la caballería espiritual, con el que expresaba a su vez el añorado designio del tasujin, del Hombre-Sable, del hombre bueno, bienhechor, fuerte, justo y compasivo, realizado a través de arte sublime de la destreza espiritual, y por medio de la “espada de compasión airada”: Ban-Yu-Ai-Go: “protección amorosa de todo lo que existe”. A decir verdad, la esencia misma del Aikido, este sublime “Arte de la Paz”, emana de conceptos, inspiraciones, estados de consciencia e iluminación muy similares a los de Lizasa Choisai Ienao, Hariyaga Sekiun o Yamaoka Tesshu. ¡Tal vez un solo ser humano realizado a través de la vía de sable, un solo tatsujin en cada siglo, desde la edad media hasta nuestros días, sea suficiente para mostrar el camino, para desbrozar el sendero del “filo de la navaja” a innumerables buscadores del despertar. Como curiosa e inspiradora anécdota, diremos que las caligrafías de estos maestros del espíritu y del sable se asemejan tremendamente, pues poseen una casi idéntica fluidez y espaciosidad; son circulares, acuáticas, sin ángulos, de un solo trazo, sin aristas, impregnadas de su profundo kokyu, de su alma o “soplo del espíritu”, de su amor sin reservas, revelando así su carácter armonioso y compasivo, su mente expandida, su conciencia esclarecida. Un mismo estado de la mente, una misma cima de iluminación alcanzada por medio de una vida de meditación, renuncia al mundo, sufrimiento personal, de implacable lucidez y de “compasión activa”.

jueves, 25 de noviembre de 2010

IAI - JUTSU (LA VIA DEL SABLE)


La vida del hombre de armas de aquella época no debía ser fácil- y menos aún de la población civil- ya que obligaba a una constante vigilancia, rayana en un estado alterado de conciencia, de obsesión, de neurosis o incluso de paranoia, que a la vez aportaban a los espadachines ciertas capacidades semi-paranormales de intuición, pues el menor error solía traer fatales consecuencias, no sólo la muerte, sino la amputación o la parálisis de por vida.

Conceptos tales como control de mente, de las reacciones emocionales, unidos a la estrategia de combate, se hicieron absolutamente necesarios. En el campo de batalla el guerrero se despojaba de la funda (saya) y se sumergía en el ardor del combate. En el dojo o en la vida privada, las formas de entrenamiento variaban notablemente, aunque conservando siempre un sentido de “presencia en el instante” y de “realidad virtual”. Estas “formas” (kata) verdaderos psico-dramas, aun hoy en día revelan las circunstancias históricas en que se crearon, los ambientes sociales y sobre todo la mentalidad de sus creadores. Algunos kata son de gran nobleza, estética y rectitud. Tratan de indultar, de perdonar al adversario, de darle una oportunidad de remisión, de expresión de la compasión. Otros expresan cierta maldad de intención o astucia, e incluso un sentido de provocación del ataque, como era habitual en la vida cotidiana de muchos pervertidos samuráis.

Algunos kata muestran un sentido exclusivamente estético, de expresión de la armonía y la belleza, otros estratégicos, y aun otros están ciertamente alejados de una realidad experimental. Algunos, en fin, son muy malignos y expresan ideas de ejecución, de decapitación ritual y hasta de asesinato. Es evidente que nunca deberían practicarse este tipo de kata ni de técnicas similares, provenientes a menudo de samuráis enloquecidos, verdaderos asesinos en potencia ¡y en evidencia¡. Una vez más, recordemos que existe una inexorable ley de Karma, y que la vinculación con tales campos de energía- como ya vimos- ya que no es posible realizar tales kata sin recrear las situaciones ambientales, emocionales y psíquicas que dieron su origen, nos pone en la misma línea de reciprocidad y de “compensación cósmica” que a sus fundadores. A pesar de todo lo dicho, existe el libre albedrío y cada quien es por tanto el responsable único de sus pensamientos, palabras y actos.

El samurai que se ejercitaba en el uso de la espada, sabiendo que quizá pocas horas mas tarde debería enfrentarse a un duelo a muerte, lo hacía obviamente con una visión y una aptitud de mente absolutamente seria y realista. Es preciso recordar que la historia secreta de un kata a menudo refiere y evoca luctuosos o felices hechos del pasado, situaciones reales vividas por los expertos de cada ryu, y refieren combates reales, que con frecuencia costaron la salud o la vida a muchos esgrimistas. Por ello las formas (Kata) de la practica del sable preveían la utilización del katana en cualquier posición, ambiente o circunstancia, y esta es la razón por la que en las escuelas se entrenaba las técnicas del iai en las posturas de la vida cotidiana, generalmente agachado, o bien de pie, caminando, comiendo arroz con palillos, en lugares estrechos e incluso en posición de descanso o durmiendo. Con este tipo de entrenamiento en solitario (hitorigeiko) se buscaba la escenificación realista de situaciones físicas, pero sobre todo emocionales y mentales, tratando de alejar el miedo, la ira, la cólera, el deseo de vencer o el temor a perder, en el escenario de un psicodrama
gestual, de un encuentro real con la muerte. Sabiendo que un duelo podía establecerse en cualquier momento y que las posibilidades de supervivencia dependían en gran medida de la intuición, y por tanto menos de la rapidez y la precisión técnica en el gesto inicial de desenfundar el sable (nuki-tsuke) y dar el primer tajo (kiri-tsuke), que de “llegar antes” por la extensión de una aptitud de extrema “presencia en el instante”. En el entrenamiento en solitario con un verdadero katana (shin-ken)-algo que jamás recomendaríamos a un principiante que no lleve practicando asiduamente al menos de diez a veinte años- o un iai to, el espadachín se esfuerza por desarrollar un muy agudizado sentido de la anticipación por intuición o “premonición” (sakki) por lo que muchos kata prevén ataques por la espalda, en la oscuridad, contra varios adversarios o en espacios estrechos. Esta sensación nefasta de amenaza y la subsecuente reacción antes de que se manifieste un ataque “visible” en una realidad hipotética, va mas allá de un simple reflejo condicionado, y se acerca mucho a una capacidad psíquica o para-psicológica que algunos célebres espadachines llegaron a desarrollar. Otros kata escenifican ataques y defensas frontales, en los que se debe siempre anticipar (sen-no-sen) al acto de desenfundar del adversario, captar su mente, su intención, su ki, antes mismo de “ver” el ataque. Al mismo tiempo, no debe existir, ni siquiera un sólo instante, la menor “apertura” (suki) o vulnerabilidad en el esgrimista. Esa idea nos habla de de “unidad reencontrada” (ki-ichi) de ósmosis, de “ser uno en la Unidad”: ai-nuke, mucho mas allá del concepto brutal y salvaje de “matarse el uno al otro” (ai-uchi). La intuición, la vigilancia y “espíritu alerta” (zanshin) están presentes en cada forma y en cada técnica, y como dicen los grandes maestros, “zanshin (la “presencia del ser”) empieza mucho antes del combate y no termina nunca”. El maestro Risuke Otake, nos recuerda: “Querer sacar el sable es la técnica del principiante. Poder sacar el sable es la técnica del experto. Ser el sable mismo es la técnica del maestro”

Existen otras formas de anticipación, desde la básica respuesta- reacción del neófito (go-no-sen) hacia la idea mas evolucionada de “sensación” o sen, y de ahí al más avanzado sentido de ”anticipación sobre la anticipación” (sen-no-sen) e incluso al concepto muy elevado de “ser uno con el corazón del otro”, que revelaría el sentido mismo de la palabra “i-ai”: “unidad con el ser”: dejar de ser dos, volver a ser “uno”. Como enseñaba el maestro de sable, Michel Coquet: “ser el Ser, sin más, sin desear nada, sin
añorar nada. “

La palabra I, en japonés, deriva de iru, y vendría a traducirse por ser o estar presente. Ai, procede de awaseru, y significa unir. Así, I-Ai, se traduciría-según Coquet sensei- por: “vía que permite, por la constante presencia en el instante, la realización del Ser”, un proceso obviamente indisociable de la meditación. Ai, también nos habla de unidad, de interrelación, de “reunión consigo mismo”, de acuerdo, de unidad con la Naturaleza y con las leyes que rigen el orden divino. El Maestro Ueshiba también lo traducía como amor, pero el amor de O-sensei era la poderosa energía que mueve el infinito y los mundos, dentro y fuera de nosotros. No es el amor emocional, visceral, apegado, sentimental, sino el amor desapegado, compasivo pero firme, positivo, luminoso y creador. O-sensei “hablaba de esgrimir desde el corazón” o proyectar el amor espiritual a través del sable. Es absolutamente necesario, pues, practicar la esgrima desde la alegría, desde la calma mental, desde el silencio de las emociones, desde la paz hermética, sin miedo, sin ira, sin esa sensación fogosa de intensa tensión mental rayana en un estado de violencia interna. El Iaido, es un arte de vida extremadamente difícil, pero no obstante, básicamente su estructura no puede ser más simple; apenas la realización de unos cuantos Kata, cuyo aprendizaje superficial puede llevarnos unos meses. Sin embargo, sabemos, como enseñan
los maestros de Oriente, que el Iai es un arte sin artificio, es un acto de presencia en el instante lúcido, en el que se trata menos de seguir caminos de estética, que de vivir una realidad trascendental. En el verdadero Iai, no se trata de dividir un miserable haz de paja trenzada, sino de cortar las raíces profundas del propio ego. Todas las ilusiones, los apegos y las cadenas de hierro o de oro que aprisionan al hombre en el abismo de la ignorancia, han de ser destruidas por la espada de la sabiduría y la trascendencia. El Iai, aliado e inseparable de la queda meditación, por la práctica en la soledad de sí mismo, lejos de cualquier forma de rivalidad o esteticismo, nos lleva a realizar estados progresivos de vacuidad (mushin) y nos permite la presencia pacífica y estable en medio del torbellino de una lucha ritualizada. A ese estado del ser de no identificación, de disolución de los espejismos del yo exterior, de unidad del yo profundo en la acción lo llamamos Fudoshin, la inmutabilidad, la calma y la serenidad en el Kata del Sable, y en el Kata de la vida también.

lunes, 1 de noviembre de 2010

MONDO


P. —A propósito de los exámenes de acceso para adquirir los grados, los Dan, un maestro nos dijo un día que tres cosas eran importantes: shin, wasa, thai...el espíritu,
la técnica, el cuerpo. ¿Cuál es la más importante?
R. —En las artes marciales como en el juego de Go, conocer bien la técnica es muy práctico. Sucede a veces que en un ser joven el cuerpo sirve de elemento fundamental, mientras que en un hombre de más edad, técnica y espíritu predominan. De hecho, lo más importante es shin, el espíritu. Después viene la técnica y el cuerpo. En los demás deportes, sobre todo en Occidente, la fuerza del cuerpo debe ser la más desarrollada. No es este el caso en las artes marciales; en judo, el cuerpo debe ser formado, pero es secundario en relación a la técnica y al espíritu-intuición necesario para aplicarlo bien. Si técnica fuerte y cuerpo fuerte luchan juntos, es la técnica la que vencerá. Si un espíritu fuerte combate una técnica fuerte, es el espíritu el que vencerá ya que sabrá encontrar el punto débil. Se conoce la historia del samurai que, después de una riña, combatía con un obrero. Aquel le hizo un hábil estrangulamiento mortal y el obrero se ahogaba cuando, en la punta de sus dedos, palpo los testículos de su adversario, los cuales agarro y apretó con todas sus fuerzas. Al cabo de algunos instantes, el samurai estuvo obligado a soltar presa, vencido...
El entrenamiento no debe estar concentrado únicamente sobre el desarrollo del cuerpo. Evidentemente, en los torneos modernos, no se lucha a vida o a muerte, sino para ganar puntos: por lo que la fuerza del cuerpo y la técnica es suficiente. En los tiempos antiguos, era completamente de otra manera puesto que la vida se encontraba en juego: entonces la intuición lo decidía todo, como último recurso.
Hoy día, se debería volver a encontrar esto; en cada combate, hacer como si la vida dependiera de él, incluso con los sables de madera. Entonces, las artes marciales encontrarían su verdadero lugar; la practica de la vía. Si no, no se trata más que de un juego...
Fuerza de cuerpo, técnica y fuerza de espíritu están, de hecho, más o menos en igualdad, pero es siempre shin, el espíritu, el que decide el resultado del combate.
Ya os he contado la historia del samurai que vino a ver al legendario Maestro Miyamoto Musachi, y le pidió que le enseñara la verdadera vía del sable. Este último acepto. Convertido en su discípulo, el samurai pasaba su tiempo, bajo la orden del maestro, acarreando y cortando leña, yendo a buscar agua a una fuente alejada. Y esto, todos los días, durante un mes, dos meses, un año, tres años. Hoy día, cualquier discípulo hubiera huido al cabo de algunos días, incluso de algunas horas. El samurai continuaba y de hecho, entrenaba su cuerpo. Sin embargo, al cabo de tres años ya no pudo aguantar mas y le dijo a su maestro: “¿Pero que entrenamiento me hace usted seguir aquí? Desde mi llegada no he tocado un sable. ¡Paso mi tiempo cortando leña y transportando agua! ¿Cuándo me iniciara usted?”. “Bueno, bueno”, respondió el maestro. “Voy a enseñarte la técnica, ya que lo deseas.” Le hizo entrar en el doyo y, cada día, desde la mañana hasta la noche, le ordeno que caminara sobre el borde extremo del tatami y que diera así, paso a paso, sin equivocarse, la vuelta a la sala.
P. —Pero esa es exactamente la manera que se debe tomar en el Kendo, un pie en la línea del otro, después deslizarse...
R. —Sí. De esta manera el maestro le enseño la concentración sobre la marcha. Concentrarse sobre un acto, hacerlo perfectamente. Ya que los detalles de la técnica, los trucos, los pasos, son de hecho secundarios con relación a la concentración. Si se está suficientemente concentrado, un gesto, uno solo, es suficiente.
Por consiguiente, el discípulo caminó a lo largo del borde del tatami durante un año. Al cabo de ese tiempo, dijo al maestro: “Yo soy un samurai, he practicado mucho la esgrima, he encontrado a otros maestros de kendo. Ninguno me ha enseñado como usted lo hace. Por favor, enséñeme la verdadera vía del sable.”” Bien, dijo el maestro, sígueme. “Lo condujo lejos, a un lugar en el que se encontraba un trozo de madero que atravesaba un precipicio de una profundidad increíble, aterradora” : “He aquí dijo el Maestro, tienes que atravesar este pasaje.” El samurai discípulo no comprendía nada de aquello y, de cara al precipicio, dudaba, sin saber que hacer. De pronto, oyeron detrás de ellos un toc.toc, el ruido de un bastón de ciego. El ciego, sin prestar atención a su presencia, paso al lado de ellos y atravesó sin dudar, tanteando con su bastón el madero que franqueaba el precipicio. “¡Ah pensó el samurai, empiezo a comprender. Si el ciego atraviesa así, yo debo hacer lo mismo.” En este instante el Maestro le dijo: “Durante un año, has caminado sobre el borde del tatami que es mas estrecho que este tronco, así que debes pasar.” El samurai comprendió y...atravesó de una vez el puente. El entrenamiento estaba completo: el del cuerpo durante tres años; el de la concentración sobre una técnica (la marcha) durante un año, y el del espíritu de cara al precipicio, de cara a la muerte.
P.--¿Pero por que el espíritu es lo más importante?
R. —Porque, a última hora, es él quien decide.
En las artes marciales japonesas, desde los tiempos antiguos, un solo gesto justo provocaba la muerte. De aquí viene la lentitud, la concentración de los movimientos antes del ataque, Un golpe, y se acabó: un muerto, algunas veces dos, si se daban los golpes justos. Todo se juega en un instante. En este instante, el espíritu decide todo, técnica y cuerpo lo siguen. En todos los deportes de hoy día existe un tiempo de espera. En las artes marciales no hay tiempo de espera: si se le espera aunque solo sea un poco, el espíritu debe estar sin cesar concentrado sobre la situación, dispuesto a atacar o reaccionar. De aquí su importancia primordial.
P. —Pero ¿cómo elegir la técnica de ataque?
R.---No es cuestión de elegir. Ello debe hacerse inconscientemente, automáticamente, naturalmente. El pensamiento no puede intervenir ya que si no, hay tiempo de espera, por consiguiente fallo. La conciencia permanente, despierta de la situación global es pues esencial para que surja el gesto justo: la conciencia selecciona un golpe, técnica y cuerpo parten hacia delante. Y se acabó.
P---Por ejemplo en kendo. Hay un golpe llamado debana wasa: se trata de atacar antes de que el adversario lo haga, de golpear antes de que él golpee. Por consiguiente, en esta técnica del debana, la intuición es en efecto muy importante.
R.---¡La intuición es siempre esencial! Si el adversario os da un golpe inesperado, debéis tener entonces la intuición de la parada, la conciencia de la huida. ¡Para salvaros del golpe! Conciencia que provocará la reacción del cuerpo y de la técnica apropiada. ¡Pero si pensáis en ese momento: “Debo utilizar tal o cual técnica”, en el instante de vuestro pensamiento, seréis tocado! La intuición desencadena el cuerpo y la técnica. Cuerpo y conciencia se unen: se piensa con el cuerpo entero, se emplea totalmente en la reacción.
Es por esto por lo que es difícil hacer categorías sobre la importancia o la jerarquía de shin, el espíritu, wasa, la técnica, y tai, el cuerpo. Deben estar unidos, No separados. Es su perfecta unión la que crea el acto justo. No su separación. La unidad total.
En las artes marciales japonesas, la Vía del sable, el kendo, ha sido considerada siempre como el arte más noble de combate, ya que es la que mejor une estos tres factores: conciencia-intuición, cuerpo y técnica.
P.---En el mundo, doce millones de personas practican el kendo, seis millones el judo, cinco millones el kárate, un millón el aikido, y doscientas mil personas el tiro con arco, el kyudo...
R.---En todas estas artes marciales, la unidad entre el espíritu, el cuerpo y la técnica es esencial.
Pensar y después golpear no es el gesto justo. Hay que atrapar suki, la ocasión, la oportunidad. Esto es muy importante. El pensamiento no puede hacerlo. Solamente la conciencia puede atrapar la oportunidad de la acción. El vació en el que hay que actuar.
P.--- El momento oportuno...
R.---La oportunidad para el acto. La ocasión de ataque. Aprovechar el defecto. Por intuición, y este es un punto muy importante, hay que aprovechar el momento en el que, en la inspiración, el adversario presenta un punto débil...
P.---¿La inspiración del adversario o la suya propia?
R.---La inspiración del adversario. Vosotros debéis expirar antes y durante el ataque. En karate, un golpe recibido durante la inspiración puede ser peligroso. Pero no durante la expiración. Por consiguiente, hay que aprovechar la oportunidad cuando el adversario inspira, ya que entonces, presenta un fallo un vacío.
P.---¿Por qué?
R.---Siempre hay una oportunidad en la inspiración porque el cuerpo se vuelve más ligero, menos concentrado. La inspiración es una excelente oportunidad que el espíritu- cuerpo debe saber aprovechar. Atacar durante la inspiración del adversario, cuando este presenta un lado débil, un defecto en su defensa, en su actitud, he aquí un gran secreto.
La inspiración es un gran suki, una gran oportunidad. Un exceso de tensión también: de esta manera, en un torneo, no se puede mantener la atención al mismo nivel de intensidad. En un momento dado nuestra atención se debilita: entonces presentamos un fallo, un suki, una ocasión, que el adversario debe saber aprovechar.
Pero esta cuestión de la oportunidad se encuentra en todos los combates, no-solo en las artes marciales, sino también en las discusiones, en los negocios... No debéis mostrar fallos: ni en las artes marciales ni en la vida cotidiana. ¡La vida es un combate! Hay que permanecer concentrado. No descubráis vuestros puntos débiles, y por consiguiente reducirlos por un entrenamiento continuo al dominio de sí. Toda la educación japonesa tradicional se fundamenta sobre esta vigilancia: no manifestar los puntos débiles para que otro no se aproveche de ello. El juego del torneo es descubrir los puntos débiles del adversario: hasta ahí se llega con la voluntad, con la atención, con la concentración. Y cuando la oportunidad se presenta, aprovecharla valientemente, sin pensar.
Y tanto en los torneos como en los combates de la vida cotidiana, el struggle for life, la observación de los ojos es muy importante: ya que cuando los ojos del adversario se mueven, sé turban, dudan, se debilitan, hay un suki, una oportunidad, un fallo. En todos los momentos críticos de nuestra vida, no hay que manifestar los puntos débiles, si no es el error, la derrota, el fracaso. Esta vigilancia no viene de una tensión excesiva del cuerpo que se fatigaría rápidamente, sino de la atención de la conciencia. De aquí la importancia de shin, el espíritu. El cuerpo manifiesta puntos débiles, la conciencia puede corregir, canalizar, dirigir todo esto.
P.---El año pasado vi en Kyoto a dos maestros de kendo, de alrededor de ochenta años, que se enfrentaban en torneo: durante cinco minutos se pusieron uno frente a otro, sable en mano, punta contra punta, sin moverse, absolutamente sin moverse. Y al cabo de cinco minutos, el arbitro declaró combate nulo, Kiki Wake.
R.--- Sí. Cuando alguien se mueve, muestra siempre sus puntos débiles. Allí donde los jóvenes se hubieran batido vigorosamente en ataques y acciones más o menos desordenadas, allí donde los hombres de edad madura hubieran hecho entrar en juego toda la experiencia de su técnica, los dos maestros de artes marciales se contentaron con un combate de espíritu, por y con los ojos. Si uno de los dos se hubiera movido, su conciencia se habría movido también, y habría manifestado un fallo. El primero que se hubiera debilitado habría perdido radicalmente ya que el otro reaccionaria rápidamente.
Vosotros conocéis la historia de los tres gatos: un samurai tenía en su casa un ratón del que no llegaba a desembarazarse. Entonces adquirió un magnifico gato, robusto y valiente. Pero el ratón, más rápido, se burlaba de el. Entonces el samurai tomo otro gato, malicioso y astuto. Pero el ratón desconfió de el y no daba señales de vida mas que cuando este dormía. Un monje Zen del templo vecino presto entonces al samurai su gato: este tenía un aspecto mediocre, dormía todo el tiempo, indiferente a lo que le rodeaba. El samurai encogió los hombros, pero el monje insistió para que lo dejara en su casa. El gato se pasa el día durmiendo, y muy pronto, el ratón se envalentono de nuevo: pasaba y volvía a pasar por delante del gato, visiblemente indiferente. Pero un día, súbitamente, de un solo zarpazo, el gato lo atrapo y lo mató. ¡Poder del cuerpo, habilidad de la técnica no son nada sin la vigilancia del espíritu!
Una conciencia justa es esencial al movimiento del cuerpo.
P.---Pero ¿qué se puede hacer para permanecer en la concentración justa? ¡La tensión y fatiga no se la puede mantener sin moverse!
R.---Es vuestra conciencia la que no debe perturbarse ni calcular: justo adaptarse a lo que pasa. Llevad sin cesar vuestra concentración sobre la respiración, sobre vuestra expiración, que debe ser lenta, larga, y descender lo más bajo posible en el abdomen, en el hara. Y vuestros ojos, no perdáis de vista los ojos del adversario: seguid de esta manera su movimiento interior. En el combate de sable que hemos visto, entre Maestro
Yuno y uno de sus discípulos, este último, al cabo de algunos minutos, jadeaba, agotado por la tensión. Maestro Yuno estaba simplemente ahí, concentrado, tranquilo, muy tranquilo. Absolutamente vigilante. Y en un momento preciso, con la punta de su sable hacia la garganta, arrojo al discípulo fuera del tatami. Un solo gesto le fue suficiente, a partir del momento en el que descubrió el punto débil en la parada del adversario. Concentraos pues sobre la expiración, esto es muy importante. Que ella sea lo más larga posible, lo más calmada posible: esto ayuda a no estar fatigado o apasionado.
P.---Los samuráis que hacían duelos de noche concentrándose sobre la sombra de su adversario...
R.---Desde luego el movimiento de la sombra indicaba el movimiento del cuerpo y el de la conciencia. Pero esto no les impedía, más bien al contrario, expirar poderosamente en su hara... Pero vosotros debéis y podéis encontrar esta concentración fundamental en simples combates de entrenamiento, como durante los torneos. No vale la pena entrenarse para eso. Es el poder de vuestra concentración lo que cuenta. Hay que canalizar tensión del cuerpo y habilidad de la técnica en la atención-intuición del espíritu. El espíritu esta entonces vacío, ku, sin fallos. Esto es el Zen. Esto es también la verdadera vía del Budo. De cara a la muerte, como de cara a la vida, la conciencia debe estar tranquila. Hay que decidir aceptándolas completamente, tanto la propia vida como la propia muerte. No sufrir. Incluso si mi cuerpo muere, mi espíritu debe permanecer derecho (gesto del pulgar hacia arriba): este es el entrenamiento del Zen y del Budo. El gran Maestro Miyamoto Musachi abandono de esta manera su vida de combate para resolver este problema: como morir. ¡E hizo zazen! (Risas).
P.--- En Europa, en los Estados Unidos, en el Japón, mucha gente practica las artes marciales, sin practicar verdaderamente la vía del Budo, ni la del Zen. Y la opinión común pretende que los principios del Zen, la filosofía del Zen, no tiene nada que ver con la practica deportiva de las artes marciales.
R.---Los que no quieren seguir la enseñanza Zen, verdadera base del Budo, no tienen porque hacerlo. Estos se sirven entonces de las artes marciales como de un juego, como de un deporte entre otros. Los que quieran alcanzar una dimensión mas elevada de su ser, de su vida, deben comprender esto. No se puede obligar a nadie ni criticar a nadie. Sin embargo, unos son como niños que juegan con cochecitos, otros conducen verdaderos coches... Yo no soy negativo de cara a los deportes: estos entrenan el cuerpo, la resistencia... Pero el espíritu de competición, el espíritu de poder que se encuentra en ellos, no es bueno: esto testimonia una visión falsa de la vida. La raíz de las artes marciales no se encuentra ahí.
Los educadores de hoy día son también responsables de esta situación; ellos entrenan el cuerpo, la técnica, pero no la conciencia. Sus alumnos se pelean para ganar, juegan a la guerra como niños. No hay ninguna sabiduría en todo eso. ¡No es del todo eficaz para la conducta de la vida! ¿Para que les sirve su técnica en la vida cotidiana? El deporte no es más que una diversión y, a fin de cuentas, usa el cuerpo para el espíritu de competición. Esta es la razón por la que las artes marciales deben encontrar su dimensión primera. En el espíritu del Zen en el del Budo, la vida cotidiana es el lugar de combate. Hay que estar consciente en cada instante, lavándose, trabajando, comiendo, acostándose. El dominio de sí se encuentra ahí.
P.---¿La competitividad es una enfermedad del espíritu?
R.---¡Desde luego! ¡Que visión más triste de la vida! Lo que no quiere decir que no se pueda llegar a ser campeón, ¿por qué no? Esta es una experiencia como otra cualquiera. ¡Pero no hay que obsesionarse con ello! también en las artes marciales hay que ser mushotoko, sin meta ni espíritu de provecho.
P.---¿Puede usted hablarnos del kiai, ese grito que se lanza durante la práctica de artes marciales, sobre todo en kárate o en kendo? En mi doyo de kárate, nos hacen repetirlo muy a menudo, muchos gritos a la vez...
R.---El kiai, grito cuya fuerza vibratoria paraliza al adversario durante un instante, puede compararse al kwatz de los Maestros Zen Rinzai, que sirve para producir un choque y despertar al discípulo. En mi opinión es inútil repetirlo sucesivamente; una vez es suficiente pero una verdadera vez. Lanzad pues este grito de una manera total, que salga del hara, del bajo vientre, de ese lugar al que los japoneses llaman kikai: el océano de energía. Para esto, hay que aprender la respiración Zen que es también la del Budo: expirar lentamente, lo más profundamente posible. Al final de la expiración, la energía esta en su punto culminante. El kiai es la mezcla de esta expiración con una voz fuerte; es necesario que el sonido ascienda de una manera naturalmente profunda. Para esto, evidentemente, hay que saber respirar, lo cual es raro. Después del zazen, cuando hago la ceremonia y cantamos el Hannya Haramita Shingyo, el Sutra de la Gran Sabiduría, lo hago para el entrenamiento general de la respiración: la voz esta entonces obligada a ir hasta el final de la expiración. Es un buen entrenamiento al kiai. Kiai se descompone en ki: energía y ai: unión; significa pues la unión de la energía. Un solo grito, un solo instante en el que se encuentra todo el espacio-tiempo, todo el cosmos.
¡Kiai ( El Maestro Deshimaru lanza un grito aterrador, un rugido que sorprende a todo el mundo, y después estalla en risas.)
Pero en el kiai que se lanza en los doyos de artes marciales, como en el Hannya Shingyo cantado en los doyos Zen, nunca se encuentra esta fuerza: de hecho, la gente lanzan gritos modulados según su personalidad, hacen decoraciones sonoras. No hay nada de auténtico ni de bravo en eso. Ninguna fuerza. Canto o ruido: es todo. Nada de ki en sus kiai ¡Nada de energía!
P.---¿Por qué?
R.--- ¡Porque no saben respirar! Nadie les ha enseñado. Y además, es muy largo saber explicar a la manera de un verdadero maestro de Budo o de Zen. ¡No es la altura de la voz lo que hace el poder del sonido! ¡El sonido debe partir del hara, no de la garganta! Observar como maúlla un gato o ruge un león: eso es el kiai. Entrenaros en la respiración, pero no busquéis obtener un poder mágico con vuestro kiai: tanto en la vía del Budo como en la del Zen, hay que practicar, lo repito, sin meta ni espíritu de provecho. Ahora bien, la mayoría de las gentes siempre quieren adquirir algo, buscan tener en lugar de ser.
P.---¿Puede usted hablarnos de la respiración en las artes marciales y en la postura de zazen?
R.---Voy a intentarlo, pero es difícil. Tradicionalmente, los Maestros del Zen no la enseñan nunca. Solamente cuando la postura es justa se establece la respiración. Para enseñárosla tendría que desnudarme. Deberéis comprender con vuestro propio cuerpo. Una pequeña inspiración natural a partir del plexo después una profunda expiración presionando sobre los intestinos, bajo el ombligo. Para un ciclo de respiración, la expiración puede durar uno, dos, tres, cuatro e incluso cinco minutos. Cuando yo era joven, me sumergía hasta el fondo de la piscina, y permanecía allí de dos a tres minutos. Por la expiración (anapanasati) el Buda encontró la iluminación bajo el árbol Bo.
Cuando leo los sutras, mi expiración es muy larga porque tengo el hábito de esta expiración. Mientras se expira hay un ligero va –y-ven de aire en las fosas nasales y de esta manera se puede continuar largo tiempo. Es muy difícil y hace cuarenta años que me entreno...
Al principio debéis comprender con el cerebro y a continuación entrenaros. Es un método eficaz para vivir largo tiempo: la mayoría de la gente que vive mucho en Oriente practican esta respiración. Durante kin-hin1, si yo expirara a mi ritmo nadie se movería... Estos puntos están en relación con las artes marciales que son, lo repito, otra cosa que un deporte. Para practicarlas, el hara debe ser fuerte. Las artes marciales, la recitación de sutras, las ceremonias os hacen comprender entrenando vuestra respiración. Cuando llevo el ritmo de los sutras con las maderas, tenéis que ir hasta el final de vuestra expiración. ¡Es un buen entrenamiento!
El profesor Herrigel ha hablado de ello en su Tiro con arco2. El había estudiado esta disciplina durante seis años; pero solo cuando hubo comprendido la respiración abandono su filosofía y sus conocimientos y pudo por fin lograr alcanzar el blanco. Mi Maestro me decía: “¡Si hubiera venido a verme, habría comprendido hace mucho tiempo!”
El judo y el kárate son también un entrenamiento de la respiración, pero la mayoría de la gente no lo sabe. Solamente a partir del segundo o del tercer Dan se instala naturalmente esta respiración. Herrigel comprendió inconscientemente: la flecha parte al final de la expiración. En el judo o en el kárate, se es fuerte en la expiración; en la inspiración se es débil. En este momento, yo puedo matar a un hombre con un solo objeto, sin necesidad de un cuchillo. Yo hice la experiencia de esto cuando era joven; no maté al hombre que estaba delante de mí, solamente cayó, pero... Al final de la inspiración hay un punto muy vulnerable. Al final de la expiración ni siquiera hay movimiento.
Es por esto por lo que la respiración practicada en yoga no es del todo eficaz para las artes marciales. En el Japón, no se practica el yoga porque se conoce bien la respiración Zen. Si vosotros la comprendéis, podréis serviros de ella en la vida cotidiana. En una discusión, cuando os apasionéis, practicadla, y os calmaréis... Mantened vuestro control.

Inversamente, durante la inspiración, un gran choque puede bloquear vuestro corazón y vuestros pulmones y causaros la muerte. Intentad levantar un peso pesado en dos veces, durante inspiración y durante la expiración.
Veréis la diferencia. Durante la expiración sois más fuerte, los pies se aferran al suelo, sois como un tigre. Cuando tengáis miedo, cuando tengáis angustias o cuando no os sintáis seguros de vosotros mismos en una situación, intentad ya expiración larga. Esta expiración os apaciguará y os dará fuerza, seguridad. Durante la expiración, la energía y la conciencia se encuentran.
P.---¿Cuál es la mejor manera de aprender a respirar convenientemente?
R.--- Tomando la postura de zazen. Antiguamente, en el tiempo de los samuráis, se sentía respeto por la meditación: antes de la acción, se concentraban en zazen. Concentración, después acción. Hoy día se puede encontrar esto en la ceremonia demasiado breve que se hace antes del combate en los torneos. En zazen se puede acumular energías, dejar pasar los pensamientos como nubes en el cielo, relajar las tensiones nerviosas y musculares, concentrarse sobre la energía, espaldas derechas, nuca recta, manos juntas cuyos pulgares no hacen ni montaña ni valle y practicar la verdadera respiración, basada en la expiración profunda en el hara, esa zona que se encuentra dos dedos por debajo del ombligo.
Ser zanshin: he aquí un término que se encuentra en la práctica de la esgrima japonesa, el kendo. Zanshin es aquello que permanece, sin apegarse, vigilante y libre. Justamente atento a lo que pasa aquí y ahora. Poco a poco esta atención se aplica a cada uno de los actos de nuestra vida. En el espíritu del Zen, como en el del Budo tradicional, el conjunto del comportamiento entra siempre en juego.
P.---¿Puede reemplazar a la postura de zazen el entrenamiento intensivo de los kata, esos gestos de base de la técnica? Ya que ellos entrenan la respiración, la concentración, la vigilancia...
R.--- No se puede comprar la práctica de una meditación sentada, zazen, método de concentración, con el entrenamiento de ejercicios de acción. Pero la práctica de zazen puede dar una nueva dimensión a los kata. La verdadera esencia de los kata no se encuentra en los propios gestos, sino en la manera en la que espíritu los vuelve justos. No se debe pensar: “Debo hacer este kata de esta manera o de esta otra...” sino ejercitar el cuerpo-espíritu en crear cada vez un gesto total, en el que se encuentre todo el ki, en un instante.
Vivir el verdadero espíritu del gesto: el kata, por el entrenamiento, debe confundirse con el espíritu. Contra más fuerte sea el espíritu más fuerte será el kata.
P. —En los doyos de artes marciales existen muchos gestos que conducen a la concentración: la manera de colocar los zapatos, los objetos personales, la manera de saludar al entrar...
R.---¡Pero todos esos gestos son kata! La manera de comportarse es kata. Cuando se saluda, no hay que hacerlo de cualquier manera. En Occidente se da vagamente la mano y se inclina un poco la cabeza; ¡no se ha comprendido nada la belleza del gesto! Hay que saludar completamente: juntar las manos lentamente, con los brazos derechos, paralelos al suelo; la punta de los dedos llega hasta la altura de la nariz. Después se inclina la espalda hacia el suelo, potentemente. Hay que erguirse con las manos aun juntas y poner naturalmente los brazos a lo largo del cuerpo. Cuerpo derecho, nuca derecha, pies en el suelo, espíritu tranquilo. (Con un gesto majestuoso. Taisen Deshimaru se levanta y nos saluda) ¡De esta manera testimoniáis todo el respeto que sentís hacia vuestro adversario, hacia vuestro maestro, hacia el doyo, hacia la vida! Algunas veces me preguntan por que me inclino ante la estatua de Buda, en el doyo: no es la estatua a quien saludo, sino a todos los que están aquí conmigo, en el doyo, y también al cosmos entero. Todos estos gestos son muy importantes, ya que ayudan a mantener un espíritu correcto. Significan dignidad y respeto, ayudan a nuestra naturaleza alcanzar una condición normal. Hoy día nadie es normal, toda la gente esta un poco loca, con su mental que funciona todo el tiempo; ven el mundo de una manera estrecha, restringida. Están devorados por su ego. Creen ver, pero se equivocan: proyectan su locura, su mundo, sobre el mundo. ¡No hay en ellos ninguna lucidez ninguna sabiduría! Es por esto por lo que Sócrates, como Buda, como todos los sabios, dicen antes que nada: "¡Conócete a ti mismo y conocerás todo el universo!” ¡Este es el espíritu del Zen y del Bushido tradicional! Para esto, la observación del comportamiento propio es muy importante. El comportamiento influencia la conciencia. A comportamiento justo, conciencia justa. Nuestra actitud, aquí y ahora, influencia a todo lo que nos rodea: nuestras palabras, nuestros gestos, nuestra manera de estar, todo esto influencia a lo que pasa alrededor de nosotros y a nosotros mismo. Las acciones de cada instante, de cada día, deben ser justas. El comportamiento en el doyo reaparecerá en nuestra vida cotidiana. ¡Cada gesto es importante! Como comer, como vestirse, como lavarse, como ir al cuarto de aseo, como ordenar, como conducirse con los demás, con la familia, con la esposa, como trabajar, como estar completamente en cada gesto. ¡No hay que soñar la vida! Hay que estar completamente en todo lo que se hace. Este es el entrenamiento a los kata.
El espíritu del Zen y del Budo tiende a esto: se trata de verdaderas ciencias del comportamiento. Nada tiene que ver con la imaginación que transforma el mundo, como en muchas religiones. Se debe vivir el mundo con el cuerpo, aquí y ahora. Y concentrarse completamente sobre cada gesto.
P.---¡Eso es imposible!
R.---¿Vosotros creéis que Buda era perfecto? El debía cometer errores como todo el mundo. Era un ser humano. Pero tendía a este comportamiento justo que es el mas alto ideal del hombre. La civilización moderna no comprende nada de esto, desde la escuela se os corta la vida para elaborar teorías...
Todo lo que acabo de decir debe ser bien entendido: no se trata solamente del comportamiento y de la apariencia exterior, sino también y sobre todo de nuestra actitud interior. ¿Cuál es la verdadera conducta a seguir? ¡Gran problema! El Zen nos aclara esto. Todas las escuelas filosóficas se interesan en este problema: existencialismo, behaviorismo, estructuralismo... Sin embargo ninguna da la clave de la conducta de nuestra vida. Siempre terminan por encerrarse en categorías, pero el origen profundo, la larga corriente de la vida, no se puede encerrar. Un koan dice: “Frió, caliente, es usted quien lo experimenta.” Esto es verdad para todos
Aquí y ahora es diferente para cada uno.
ZEN Y ARTES MARCIALES
TAISEN DESHIMARU

miércoles, 20 de octubre de 2010

Sentido Interno de las Artes Marciales

Arte marcial o arte de combate es una traducción que traiciona un poco el espíritu del ideograma original que se descompone en dos caracteres: "detener" y "la lanza". Comprendido originalmente como el "arte de detener la lanza", el arte marcial toma así su significación esencial. Más aún si sé comprende que esta fórmula puede interpretarse a la vez como el "arte de detener la lanza del adversario" y el "arte de detener la lanza propia". Es decir, el Gran Arte de la pacificación exterior y de la armonía interior.

El Arte y la Vía

En las civilizaciones antiguas, cuyos testimonios existen aún vivientes en Oriente, las artes tradicionales conducen a una Vía que permite al hombre, al precio de un aprendizaje largo y difícil, profundizar su experiencia de la realidad y de él mismo. Poco a poco, el aprendiz descubre las leyes que rigen las fuerzas sutiles con que la vida está tejida, y aprende que la calidad de sus obras depende del dominio de sí mismo, de lo que él es. Su trabajo exterior es el soporte de una metamorfosis interior.
En el Japón existe la vía de la caligrafía (sho do), la de la ceremonia del té (cha do), la del arreglo floral (ka do), de hecho una Vía para cada arte antiguo. El arte del combate no escapa a esta regla. El budo designa el sendero abrupto que serpentea en el corazón de las artes marciales. Esta Vía del combate es escarpada. La presencia del adversario exige la presencia de sí mismo en cada gesto que es así una cuestión de vida o muerte. Un fallo en la concentración, un desequilibrio entre el cuerpo y el espíritu no perdonan en un combate real y representan un gran riesgo en los entrenamientos. Rápidamente se descubre que el adversario más peligroso no hay que buscarlo en otra parte más que en sí mismo. La Vía del combate adquiere así un sentido diferente.
Do jo significa en japonés "el lugar de la Vía". En él se practica el budo. Equivalente a un templo, el dojo es un lugar sagrado en el que se recibe una enseñanza, en el que uno ejerce y se regenera. Pero el budo, repiten los Maestros, no se practica solamente en el dojo, Es un arte de vivir que se experimenta a cada instante.
El verdadero dojo, añaden los maestros, es el que el discípulo debe construirse en su corazón, en lo más profundo de sí mismo.

El budo y los bujutsu

Las artes marciales japonesas son en muchos aspectos las herederas de las chinas. La civilización japonesa, aunque fuertemente influenciada por la cultura del Imperio del Medio, es sin embargo de una remarcable originalidad ya que el país del Sol Naciente es un crisol que integra y absorbe para remodelar después a su gusto.
La savia sutil del budo no ha dejado de alimentar las artes marciales japonesas. Los Maestros japoneses del comienzo del siglo, temiendo quizás el contacto de Occidente y el choque del mundo moderno, han querido poner de manifiesto la importancia esencial de la Vía (DO) cambiando los antiguos nombres de los bujutsu tales como jiu-jutsu, aikijutsu, ken-jutsu, etc. en judo, aikido, kendo y otros. De esta manera esperaban que no se confundiera a las artes marciales, como Vía de superación, con los deportes de combate.

Los bujutsu a mano desnuda

Cuando un hombre es desarmado en el curso de un combate, su única suerte de sobrevivir reside en su habilidad para utilizar sus armas naturales, es decir, las de su cuerpo.
El jiu-jutsu, o el arte de la flexibilidad, es un método de combate a mano desnuda que reposa sobre el principio de la no resistencia. Este arte utiliza sobre todo técnicas que permiten utilizar los movimientos del adversario para ponerle fuera de combate. Método muy completo, el jiu-jutsu utiliza todo el arsenal del cuerpo: desviaciones, proyecciones, barridos, golpes llaves y estrangulamientos. El judo deportivo surgió de él pero se alejó completamente del concepto de Vía.

EL ZEN EN LAS ARTES MARCIALES

Siempre es grato leer y apreciar textos que, de una manera indirecta, a través del cuento o de la poesía, enseña la auténtica sabiduría. La tradición japonesa, como todas las tradiciones antiguas, es extremadamente rica en cuentos y en narraciones de todo tipo. La aportación de cuentos y prodigios de la tradición budista no deja de ser menos importante.

La intención de esta sección es reunir estos cuentos y narraciones de las artes marciales. Hay que ver en los textos que nos presenta sólo una agradable e inteligente manera de dar a conocer acontecimientos y narraciones a veces auténticos, como es el caso de los recuerdos de Eugen Herrigel sobre el gran Maestro de arco, Awa, o las concernientes al fundador del aikido, el Maestro Ueshiba. Es difícil saber dónde acaba la historia y donde comienza el cuento en este mundo sutil y un poco mágico, real o maravilloso, de los grandes Maestros. Es evidente que el "último secreto" nunca es verdaderamente transmisible y que, sin embargo, aquel que quiere puede comprender y ser iniciado, o "robar" el secreto, tal como el joven Yang Lu Chan, del siglo XIX, que consiguió ingresar en la familia del Maestro Chen Chang Hsiang que detentaba el secreto de una forma de combate a mano desnuda, conocido desde entonces con el nombre de tai-chi.

Yang consiguió ser empleado como sirviente. Cada día seguía las lecciones del Maestro oculto en un rincón. Un día fue sorprendido por el Maestro. Nadie había conseguido jamás violar el secreto de una enseñanza varias veces centenaria. Su vida estaba en juego. Pero el Maestro comprendió que Yang actuaba impulsado por el deseo real de aprender, por lo que accedió a enseñarle. Más tarde, convertido en un gran Maestro, Yang dio a conocer parte de los secretos de la que es sin duda la más grande de todas las artes marciales.

Todos estos cuentos o narraciones poseen una enseñanza constante: El espíritu racional, el deseo de eficacia caen presos de sus propias trampas. Subyacente a la realidad, aparece otra realidad, se manifiesta una eficacia casi absoluta, y aquel que creía actuar o golpear es súbitamente vencido o alcanzado profundamente. Por ejemplo, esos bribones que tan mal acaban después de atacar a un Maestro de tai-chi que apenas se defiende. El Maestro Awa, para ilustrar que lo esencial había sido adquirido, y por supuesto la eficacia, clava una flecha en un blanco que se encuentra en el fondo de un pasillo sin luz. Después lanza una segunda flecha que quiebra a la primera. De la misma manera, la fuerza ágil de un viejo Maestro vence el ardor impetuoso de un joven samurai. Podríamos multiplicar los ejemplos hasta el infinito.

Estas historias tienen como meta hacernos comprender que el umbral a alcanzar y la verdad a comprender nunca son evidentes, que la verdadera eficacia es a menudo secreta y oculta, incluso voluntariamente disimulada, ya que el colmo del verdadero conocimiento es burlarse de él, fingir que no se sabe nada. Personalmente he conocido a varios Maestros verdaderos que en apariencia podían ser confundidos con las personas más comunes. Esta viva tradición, particularmente en el mundo del sufismo, se ha convertido de hecho en una característica esencial del sufismo mismo. Se dice a menudo que un pir, un Maestro, y sobre todo un Maestro de Maestros, un polo, debe permanecer desconocido, incluso a veces a sí mismo.

La Humanidad está sembrada de seres cuya calidad interior es un campo de fuerza determinante para el bienestar y la protección de la vida. Estos seres, en si mismos centros espirituales, están ahí para crear alrededor de ellos influencias benéficas propicias para mantener y transmitir la tradición secreta.

Este es un punto estable, un centro que existe en cada ser y que es posible realizar, ya que no requiere nada que no esté en el hombre: una apertura a la sabiduría infinita desde adentro, una apertura a través de la cual surge a la luz y florece una sabiduría que como la de estos Maestros fascinantes, hace que los gestos, los dedos, los bastones, las cosas más insignificantes, se muevan como en la danza del Vacío.

El Valor y la No Resistencia



Los grandes maestros no han dejado de repetir que la maestría más alta es vencer sin combatir. Consideraban que su arte no debía servir para matar, sino para proteger la vida.
¿Qué había para ellos más fácil que utilizar su aplastante superioridad contra un agresor?
Mientras que desembarazarse de un atacante sin herirlo, sin que ni siquiera haya un combate es una verdadera proeza. Y, después de todo, la verdadera eficacia consiste en desalentar o en conciliarse con el adversario ya que como dice un proverbio chino,” un enemigo que vences sigue siendo tu enemigo. Un enemigo que convences se convierte en tu amigo”.

Vencer sin combatir no está al alcance de cualquiera. “Un hombre ordinario desenvainará su sable si se siente ridiculizado y arriesgará su vida, pero no será considerado como un hombre valiente. Un hombre superior no es turbado ni por las situaciones más inesperadas, ya que tiene una gran alma y una gran meta”, decía a menudo Funakoshi Gihin. Aquel que no pueda dominarse frente a un peligro corre el riesgo de volverse agresivo y de reaccionar violentamente. De esta manera entra en el juego del adversario. A veces, puede creer incluso que está amenazado cuando en realidad no sucede nada.

Mientras que el que conserva el dominio de sí en todas las situaciones puede enfrentarse con toda lucidez, con todos sus medios. Reaccionar violentamente es una solución fácil. Permanecer tranquilo es signo de fortaleza. Es lo que expresa Lao Tse en una de sus sentencias famosas del
Tao Te King:
“Imponer su voluntad a los demás es una demostración de fuerza ordinaria. Imponérsela a sí mismo es un testimonio de verdadero poder”.

Si a pesar de él, un Maestro es arrastrado a un combate, a veces consigue paralizar a su adversario sin combatir verdaderamente. La esencia de las artes marciales japonesas es profundamente no violenta. De hecho se basa en el principio de la no-resistencia que consiste en utilizar el ataque del adversario para llevarlo a su propia pérdida. El que se defiende, en lugar de bloquear los movimientos adversos, los esquiva y los canaliza de manera que se vuelvan contra su agresor. Si el adversario empuja, es suficiente esquivarlo o tirar de él para que caiga por él mismo. Si él tira, hay que empujarlo. Mientras más fuerte sea el ataque, más potente será el choque de vuelta. El principio de la no-resistencia conduce al atacante a convertirse en la víctima de su propio ataque y a recoger los frutos de sus malas intenciones.

¿Qué hay de más justo?

El verdadero arte marcial, o según la etimología oriental, el “arte de detener la lanza”, es una excelente puesta en práctica de lo que las enseñanzas taoístas o Zen llaman el wu-wei. Generalmente traducido por “no-acción”, el wu-wei significa más exactamente: dejar de actuar, dejar de hacer, actuar sin intervenir, sin resistir. Una imagen taoísta lo explica así: “El principio del wu-wei mueve las cosas. La rueda gira simplemente porque el eje no se mueve”.

En la tradición oriental el agua es el elemento natural que mejor simboliza el wu-wei, la no-resistencia:

“El agua no se opone a nada, y de esta manera nada puede enfrentarse a ella”.
“El agua cede al cuchillo sin ser cortada.
Es invulnerable ya que no muestra resistencia”.

KYUDO


El Kyudo consiste en interiorizar nuestra observación y mirar en nuestro interior con el fin de tomar conciencia de que no somos una simple ola, sino que como parte integral del elemento agua somos uno con el océano. El objetivo de todo ser humano debería ser trascender el limitado estado de una ola para ser el océano infinito.

La respiración, a través del doble acto de inspirar y expirar, es el medio para mantener la energía de vida o Ki en la forma. Este doble proceso es un símbolo de desequilibrio al que continuamente se ve sometida nuestra existencia, es un flujo y reflujo de energías, yin y yang, la dualidad constante entre la alegría y el sufrimiento, la paz y la guerra. El Budo es precisamente el arte de situarse en el punto preciso donde estas dualidades son destruidas, es decir, allí donde la conciencia es liberada de su ego y que llamamos vacuidad.

A menudo se habla del centro último que debe ser conquistado, pero en realidad, hay tres etapas principales por las que debe pasar el practicante de Kyudo, que son consecuencia del descubrimiento de tres centros a medida de su elevación y perfección. El primer centro que debe ser descubierto y controlado es el Seika Tanden, situado bajo el ombligo, que es a la vez centro de integración de las energías del cielo y de la tierra, pero también el centro donde pueden ser anuladas todas las oposiciones de carácter físico. El segundo centro reside en el corazón, es el centro del amor donde se anula toda oposición psíquica y psicológica. El tercer y último centro es el más importante y se alcanza cuando la mente es purificada y libre de todo sentimiento egoísta. Es el vacío, el elemento más elevado del gorin japonés.

La filosofía Zen del no aferrarse a nada, encontró un inmejorable marco de expresión en la liberación de la flecha, soltando o liberando a la vez una gran cantidad de malos hábitos y acciones inútiles y hasta malsanas, siendo las buenas acciones aquellas que son útiles al prójimo y que serán motivo de nuestra liberación. No podemos permanecer en un estado de abandono cuando todavía subsiste el deseo desenfrenado de gozar del mundo. Si se quiere ser libre, es necesario ser verdadero. El Budo no permite la mentira. ¡Es fácil escribir artículos eruditos sobre el Budo, pero más difícil es aplicar las leyes o considerarlo como otra cosa que un buen medio para subsistir! Debemos cambiar toda nuestra forma de pensar y actuar para conseguir progresos notables. En el verdadero tiro, no existe ninguna satisfacción cuando se alcanza la diana, ni ninguna amargura cuando no se alcanza, todo esto pertenece al mundo y sin embargo es con una conciencia más allá del mundo que tiramos durante todo el ritual, es en el no-ser donde encontramos nuestra única motivación.

La mente es la llave del éxito en el Budo, y debe ser silenciada para dar paso al sentido de la intuición, para ello existe una forma de actuar durante la acción que podría traducirse por el siguiente proverbio: «La no-acción no es la ausencia de acción, pero en el corazón de la acción nadie está presente para actuar.» BajoEn la misma perspectiva, el Maestro Tokuda me repetía a menudo: «No se alcanza el objetivo con la flecha: la flecha llega al objetivo.» Adquirir una conciencia abstracta no es sencillo, de ahí la importancia de los koans Zen y de las meditaciones subjetivas. Este sentido abstracto o intuitivo debe ser desarrollado ya que será por y a través de él, que nos será posible penetrar en el elemento aire (fu). Cuando aprendemos a utilizar la intuición, entramos de forma natural en comunión con nuestro propio «YO» o Ser, y experimentamos el último elemento, el éter (ku), el estado vacío de eco, allí donde reina el perfecto silencio, donde puede escucharse el Aum sagrado, allí donde el tirador (el estado de vigilia), el arco y la flecha (el estado de sueño) y finalmente la diana (el estado de sueño sin sueños) desaparecen para dejar lugar a un cuarto estado, aquel que los trasciende a todos, desde siempre y para siempre.

martes, 19 de octubre de 2010

Enseñanza a un samurai



He aquí lo que el Maestro Daicho enseñó al samurai Kikuchi cuando lo ordenó Bodhisattva.
“Si a propósito del problema fundamental de la vida y de la muerte, quiere usted esclarecer su ignorancia y tener una certeza, en primer lugar tiene que referirse a Mujo Bodai Shin: la sabiduría inigualable del Buda.
¿Qué significa Bodai Shin?
El espíritu que, profundamente, observa Mujo. Mujo es decir la impermanencia, el eterno cambio de todas las cosas (todo lo que existe en ku: vació). De todo lo que vive, sometido a las acciones antagonistas y complementarias de los dos polos Yin y Yang nada escapa al cambio y a la muerte. Mujo no deja de acecharos un instante, y os ataca bruscamente, antes de que usted se dé cuenta. Es por lo que el sutra dice: “Este día se acaba, con él debe terminar vuestra vida. Ved, por ejemplo, la ingenua alegría del pez en la charca, una alegría sin embargo muy amenazada.”
Usted debe concentrarse y consagrarse enteramente cada día, como si tuviera que apagar un fuego prendido en sus cabellos. Debe usted ser prudente, acordarse de mujo y no desfallecer nunca.

Si su vida llega a caer bajo la copa del horrible demonio de mujo, avanzará usted solitario por el camino de la muerte, sin compañía, sin ni siquiera la presencia de su mujer y la de su familia. Ni siquiera los palacios o la corona real podrán seguir su cuerpo muerto. Su conciencia complicada que se apagaba tan fuerte y gozaba tanto del amor carnal y de las realizaciones materiales, se convertirá en un bosque de lanzas o en una montaña de sables.

Y todas estas armas le provocarán muchas turbulencias y le causaran muchos contratiempos a medida que camine. Romperán su cuerpo en trozos y desgarraran su alma. Al final, descendiendo a las profundidades oscuras del infierno, arrastrado por el peso y la naturaleza de su karma, renacerá diez mil veces y diez mil veces morirá, tomando la forma de todos los demonios infernales que corresponden a los diversos aspectos de su mal karma. Cada día, usted sufrirá para toda la eternidad.

Por consiguiente, si comprendiendo todo esto, permanece usted sin embargo incapaz de realizar que su vida no es nada más que un sueño, una ilusión, una burbuja, una sombra, seguramente acabara usted por lamentar este sufrimiento eterno experimentado en el “aterrador dominio de la vida y de la muerte”. Aquel que busca la autentica vía espiritual del Budismo, debe comenzar por enraizar Mujo en su corazón.

Su muerte llegara pronto: no olvide nunca esto, de un instante de conciencia a otro, de una inspiración a una expiración. Si no es usted así, no es entonces realmente el que busca la verdadera vía.

Ahora, le voy a indicar el mejor medio para resolver el problema de su vida y de su muerte: practique zazen. Se le llama zazen al hecho de sentarse sobre su zafu (cojín) en una habitación silenciosa, perfectamente inmóvil en la posición exacta y correcta, sin pronunciar ninguna palabra: el espíritu vacío de todo pensamiento bueno o malo. Continuar únicamente sentándose apaciblemente delante de un muro. Todos los días.

De esta manera en zazen, no hay ni misterio especial ni motivación particular. Pero por zazen, su vida se aclarará y será más perfecta. Por consiguiente, debe usted abandonar toda intención, renunciar a alcanzar una meta, sea cual sea, durante zazen.

¿Dónde en su cuerpo y en su espíritu se encuentra el verdadero método para vivir y para morir? Usted debe comprender de lo que se trata por una profunda introspección. Si usted encuentra su ego especial, le ruego que me lo enseñe. Si no lo encuentra especial le ruego entonces que continué cuidándolo y protegiéndolo fielmente: y olvide a aquel que habitualmente muestra el exterior.

Entonces muy naturalmente, al cabo de algunos meses, de algunos años, podrá automáticamente e inconscientemente practicar gyodo (la verdadera Vía) con todo su cuerpo, sin esfuerzo de la voluntad.

Gyodo no significa solamente practicar una vía particular o entregarse a ceremonias especiales, sino aplicarse en todas las cosas de la vida cotidiana; caminar, mantenerse de pie, sentarse, acostarse, incluso lavarse la cara, ir al cuarto de baño, etc.

Todo debe llegar a ser gyodo, el fruto del verdadero Zen. Todas las acciones vivientes del cuerpo y todos los gestos deben armonizarse con la significación del verdadero Zen. Su conducta y todo su comportamiento deben seguir el orden cósmico, naturalmente, automáticamente, inconscientemente.

Cuando se logra crear estas condiciones de la concentración (samadhi), se puede llegar a ser un verdadero “líder” dotado de una gran profundidad de supervisión, en el camino de la vida y de la muerte, a lo largo de la terrible errancia.

Aún cuando todas las existencias de la tierra, el agua, el fuego, el viento, y todos los elementos se desintegren, aún cuando los ojos, las orejas, la nariz, la lengua, el cuerpo y la conciencia estén en el error; aún cuando las complicaciones de sus bonno (ilusiones) engendren turbulencias que surgen y dan vueltas en el espíritu como las olas agitadas del océano.

Por lo tanto, cuando usted haya creado en su cuerpo y en su espíritu al estado normal y justo, se puede decir que está auténticamente despertado y que ha penetrado el verdadero zazen. Se sabe, además, que la realización del verdadero samadhi permite dominar y comprender la totalidad de los koans activos de los maestros de la transmisión. Algunas veces, se llama Maestros a aquellos que, más allá de toda duda, pueden enseñar el Zen, gracias a su técnica Zen particular. Pero si estos no crean la condición de verdadera concentración, no valen más que un maniquí caído en una fosa de comodidad maloliente, la guarida de una tradición sometida al cambio. Se puede afirmar que ellos no son del todo verdaderos Maestros Zen.

En nuestra época lamentamos no recibir koans Zen de verdaderos Maestros Zen, verdaderos koans activos y vivientes. Casi todos los principiantes experimenta, y tan a menudo, el estado de kontin (somnolencia) y el de sanran (la excitación). Esto sucede porque durante zazen su conciencia y zazen son dos estados distintos, y porque ellos se oponen a su zazen. No hay que practicar zazen conscientemente queriéndolo.

Harían mejor en practicar calmadamente, naturalmente, sin ninguna consideración de lo que son, de su propia conciencia, de lo que entienden o sienten. Y de esta manera nunca aparecerá la más ligera sombra de kontin o de sanran.

Algunas veces, cuando usted practique zazen, un gran número de demonios pueden surgir en su espíritu y perturbar su zazen. No obstante, a partir del momento en el que deje de practicar la vía conscientemente, estos demonios desaparecerán.

Con una larga experiencia, y gracias a los méritos infinitos del zazen, usted comprenderá todo esto inconscientemente: igual que un viaje, el camino largo y peligroso pone a prueba el caballo y da la ocasión de apreciar su fuerza y su energía.

Tampoco de la noche a la mañana somos sensibles a la bondad de las personas con las que vivimos. En la vía del Buda, debe usted conservar la esperanza eternamente sin cansarse nunca, sea en la felicidad o en la desgracia. Entonces, será usted uno de los que son auténticamente responsables de la Vía.

He aquí el punto más importante:

En nosotros mismos es donde se encuentra la raíz, el origen de la vida y de la muerte.