miércoles, 20 de octubre de 2010

EL ZEN EN LAS ARTES MARCIALES

Siempre es grato leer y apreciar textos que, de una manera indirecta, a través del cuento o de la poesía, enseña la auténtica sabiduría. La tradición japonesa, como todas las tradiciones antiguas, es extremadamente rica en cuentos y en narraciones de todo tipo. La aportación de cuentos y prodigios de la tradición budista no deja de ser menos importante.

La intención de esta sección es reunir estos cuentos y narraciones de las artes marciales. Hay que ver en los textos que nos presenta sólo una agradable e inteligente manera de dar a conocer acontecimientos y narraciones a veces auténticos, como es el caso de los recuerdos de Eugen Herrigel sobre el gran Maestro de arco, Awa, o las concernientes al fundador del aikido, el Maestro Ueshiba. Es difícil saber dónde acaba la historia y donde comienza el cuento en este mundo sutil y un poco mágico, real o maravilloso, de los grandes Maestros. Es evidente que el "último secreto" nunca es verdaderamente transmisible y que, sin embargo, aquel que quiere puede comprender y ser iniciado, o "robar" el secreto, tal como el joven Yang Lu Chan, del siglo XIX, que consiguió ingresar en la familia del Maestro Chen Chang Hsiang que detentaba el secreto de una forma de combate a mano desnuda, conocido desde entonces con el nombre de tai-chi.

Yang consiguió ser empleado como sirviente. Cada día seguía las lecciones del Maestro oculto en un rincón. Un día fue sorprendido por el Maestro. Nadie había conseguido jamás violar el secreto de una enseñanza varias veces centenaria. Su vida estaba en juego. Pero el Maestro comprendió que Yang actuaba impulsado por el deseo real de aprender, por lo que accedió a enseñarle. Más tarde, convertido en un gran Maestro, Yang dio a conocer parte de los secretos de la que es sin duda la más grande de todas las artes marciales.

Todos estos cuentos o narraciones poseen una enseñanza constante: El espíritu racional, el deseo de eficacia caen presos de sus propias trampas. Subyacente a la realidad, aparece otra realidad, se manifiesta una eficacia casi absoluta, y aquel que creía actuar o golpear es súbitamente vencido o alcanzado profundamente. Por ejemplo, esos bribones que tan mal acaban después de atacar a un Maestro de tai-chi que apenas se defiende. El Maestro Awa, para ilustrar que lo esencial había sido adquirido, y por supuesto la eficacia, clava una flecha en un blanco que se encuentra en el fondo de un pasillo sin luz. Después lanza una segunda flecha que quiebra a la primera. De la misma manera, la fuerza ágil de un viejo Maestro vence el ardor impetuoso de un joven samurai. Podríamos multiplicar los ejemplos hasta el infinito.

Estas historias tienen como meta hacernos comprender que el umbral a alcanzar y la verdad a comprender nunca son evidentes, que la verdadera eficacia es a menudo secreta y oculta, incluso voluntariamente disimulada, ya que el colmo del verdadero conocimiento es burlarse de él, fingir que no se sabe nada. Personalmente he conocido a varios Maestros verdaderos que en apariencia podían ser confundidos con las personas más comunes. Esta viva tradición, particularmente en el mundo del sufismo, se ha convertido de hecho en una característica esencial del sufismo mismo. Se dice a menudo que un pir, un Maestro, y sobre todo un Maestro de Maestros, un polo, debe permanecer desconocido, incluso a veces a sí mismo.

La Humanidad está sembrada de seres cuya calidad interior es un campo de fuerza determinante para el bienestar y la protección de la vida. Estos seres, en si mismos centros espirituales, están ahí para crear alrededor de ellos influencias benéficas propicias para mantener y transmitir la tradición secreta.

Este es un punto estable, un centro que existe en cada ser y que es posible realizar, ya que no requiere nada que no esté en el hombre: una apertura a la sabiduría infinita desde adentro, una apertura a través de la cual surge a la luz y florece una sabiduría que como la de estos Maestros fascinantes, hace que los gestos, los dedos, los bastones, las cosas más insignificantes, se muevan como en la danza del Vacío.

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