Sentado el teniente coloca la espada en el suelo. «Reiko sentada frente a él, a la distancia ritual. Con rostro y vestiduras tan austeramente blancos, el toque de carmín en sus labios brillaba con seducción.»«El teniente habló con voz ronca: "Como no tengo colaborador(para la decapitación), tengo que hacerme un corte muy profundo. Por favor, no te asustes. La muerte, de cualquier suerte, es siempre ingrata de contemplar. No tienes que desalentarte por lo que veas". "Sí', dijo Reiko asintiendo con la cabeza.»Reiko cumplió con su deber, pero el lector no está casado con un samurai, así que puede tranquilamente dejar este capítulo y pasar al siguiente, si no quiere seguir a Mishima en la descripción de las vivencias subjetivas del seppuku. Reuniendo todas sus fuerzas clava la espada en el punto que ha estado preparando con la otra mano. Siguen cuatro páginas de escalofriantes detalles del seppuku, vivido alternativamente por el teniente y por su esposa: «...tuvo la impresión de que era otro el que le había atravesado el estómago con una gruesa barra de hierro. Por un segundo o dos vaciló su mente y no tuvo conciencia de lo que había ocurrido... Recuperó la lucidez. La hoja ha penetrado a fondo, pensó. Respiraba con dificultad... de alguna región profunda, que difícilmente podía creer que perteneciese a su cuerpo, brotó un dolor lacerante y aterrador como si el suelo se hubiese abierto para dejar paso a un chorro de lava fundida. El dolor se fue acercando, con una terrible velocidad. Mordió el labio inferior para ahogar un lamento instintivo».«¿Esto es seppuku?, pensaba. Era una sensación de caos,como si el firmamento hubiese caído sobre su cabeza... La voluntad y coraje que parecían tan firmes antes de hacer la incisión se habían encogido... Notó humedad en el puño. Bajando la vista vio que tanto su mano como el paño que envolvía la hoja estaban bañados en sangre. Le impresionó, como increíble, que en esta lacerante agonía las cosas visibles pudieran aún verse, y que las cosas existentes tuvieran todavía presencia.'»Mishima ha hecho cometer a su protagonista una extraña irregularidad. Se suicida antes que su esposa. Las explicaciones que quedan para hacerlo, no resultan convincentes. Puede interpretarse como una concesión a su narcisismo, «necesita que le contemplen», como va a hacer Morita al suicidarse tras él. La interpretaciónes tentadora desde un punto de vista psicodinámico; pero creo que falsa. La obligada presencia de la esposa proporciona al drama unas dimensiones sobre humanas que no tendría sin ella, y potencia todo el relato. Es un artificio literario. Facilita además el anhelo japonés de «contemplarse desde la otra orilla». Los supervivientes del abrazo de la muerte, suelen contar que tuvieron en esos instantes pensamientos triviales. El teniente narra sus«extrañas fantasías»: «...una muerte solitaria en el campo de batalla, y la muerte ante los ojos de su bella esposa... la comprobación de que iba a lograr unir esas dos dimensiones tan imposibles de entrelazar, era un placer inefable». Pronto se quiebran las ensoñaciones ante la presencia del dolor.«...Comenzó a empujar la espada a través del abdomen con sólo la mano derecha. Ver o al tropezar la hoja con las entrañas, éstas la impulsaron hacia fuera con su blanda resistencia, y el teniente comprendió que tendría que verse obligado a utilizar las dos manos para mantener la profundidad del corte...» Este relato no es un mero ejercicio literario. Tiene, en cierta dimensión, el clima espiritual de nuestros «autos sacramentales», es un alegato de fe, y un estímulo para la de los demás. Por eso tiene tanta importancia la perfección de la ceremonia. Alterna la descripción de sus matices, con los del sufrimiento físico quelos hacen meritorios. «El dolor se fue expandiendo lentamente hacia arriba desde la profundidad, hasta que todo el estómago reverberó con él. Era como el tañido salvaje de una campana. O como si mil timbres. «... y comprendió que tendría que utilizar las dos manos...» vibrasen disonantemente a la vez, con cada respiración, con cada pulsación, convulsionando todo su ser.» Mishima es un escritor perfeccionista. Suele llevar unas tarjetas en las que toma notas durante cualquiera de sus múltiples actividades, pues según él, sólo puede describir satisfactoriamente lo que ha visto. Nathan refiere que para la escena de la autopsia de un gato en El marino que perdió la Gracia del mar, pidió a un amigo médico que la realizase en su presencia. Desde luego no pudo hacer lo mismo con el seppuku, pero es muy probable que buscase asesoramiento de un profesional para la probable sucesión de las respuestas biológicas.«El volumen de la hemorragia aumentó profusamente, ahora brotaba la sangre de la herida como propulsada por el ritmo del pulso... inundando la estera al desbordar desde las bolsas que iba formando en los pliegues de los pantalones. Una gota voló como un pájaro hacia Reiko, a posarse en su blanco quimono.» Pretendiendo ser Patriotismo una lección de los antiguos valores espirituales, como pretenderá serlo el «Incidente», la presencia«antirreglamentaria» de Reiko, que con suprema entereza doblega todos los impulsos de auxiliar a su esposo para cumplir a la perfección, es además de un logro literario un ejemplo moralizador. A Mishima se le adivina el juego, quizá con demasiada claridad, cuando al principio de la historia Reiko «pide permiso» para morir con su esposo, y sigue la conversación como si se tratase de una ceremonia del té. El teniente manifiesta su orgullo, no por la excepcional esposa que tiene, sino por la excepcional educación que ha sabido darle. Es lo que importa. La tradicional educación japonesa lo que pretende es que, con ella bien asimilada, «cualquiera» puede portarse así. Y no es fácil. «Cuando el teniente logró, al fin, pasar la espada hasta el lado derecho del estómago, la hoja, que había ido saliendo, mostraba su punta, resbaladiza con sangre y grasa. Bruscamente atacado por un acceso de vómito exhaló un grito ronco. Las náuseas hicieron el dolor más penetrante aún, y el abdomen, hasta este momento firme y compacto, se contrajo abruptamente abriendo la brecha por la que salieron las entrañas, como si la herida también vomitase. Aparentemente ajenas al sufrimiento de su dueño, las visceras daban impresión de salud, incluso de una ingrata vitalidadal deslizarse suavemente, esparciéndose sobre las ingles. El teniente humilló la cabeza, los párpados cerrados, un hilo de saliva manando de la boca. La luz oblicua arrancó destellos del oro de las hombreras.'»«...Es difícil imaginar un espectáculo más heroico que el del teniente en este instante, cuando reuniendo sus últimas fuerzas enderezó la cabeza...»
viernes, 6 de agosto de 2010
"SEPPUKU" DE MISHIMA YUKIO
Sentado el teniente coloca la espada en el suelo. «Reiko sentada frente a él, a la distancia ritual. Con rostro y vestiduras tan austeramente blancos, el toque de carmín en sus labios brillaba con seducción.»«El teniente habló con voz ronca: "Como no tengo colaborador(para la decapitación), tengo que hacerme un corte muy profundo. Por favor, no te asustes. La muerte, de cualquier suerte, es siempre ingrata de contemplar. No tienes que desalentarte por lo que veas". "Sí', dijo Reiko asintiendo con la cabeza.»Reiko cumplió con su deber, pero el lector no está casado con un samurai, así que puede tranquilamente dejar este capítulo y pasar al siguiente, si no quiere seguir a Mishima en la descripción de las vivencias subjetivas del seppuku. Reuniendo todas sus fuerzas clava la espada en el punto que ha estado preparando con la otra mano. Siguen cuatro páginas de escalofriantes detalles del seppuku, vivido alternativamente por el teniente y por su esposa: «...tuvo la impresión de que era otro el que le había atravesado el estómago con una gruesa barra de hierro. Por un segundo o dos vaciló su mente y no tuvo conciencia de lo que había ocurrido... Recuperó la lucidez. La hoja ha penetrado a fondo, pensó. Respiraba con dificultad... de alguna región profunda, que difícilmente podía creer que perteneciese a su cuerpo, brotó un dolor lacerante y aterrador como si el suelo se hubiese abierto para dejar paso a un chorro de lava fundida. El dolor se fue acercando, con una terrible velocidad. Mordió el labio inferior para ahogar un lamento instintivo».«¿Esto es seppuku?, pensaba. Era una sensación de caos,como si el firmamento hubiese caído sobre su cabeza... La voluntad y coraje que parecían tan firmes antes de hacer la incisión se habían encogido... Notó humedad en el puño. Bajando la vista vio que tanto su mano como el paño que envolvía la hoja estaban bañados en sangre. Le impresionó, como increíble, que en esta lacerante agonía las cosas visibles pudieran aún verse, y que las cosas existentes tuvieran todavía presencia.'»Mishima ha hecho cometer a su protagonista una extraña irregularidad. Se suicida antes que su esposa. Las explicaciones que quedan para hacerlo, no resultan convincentes. Puede interpretarse como una concesión a su narcisismo, «necesita que le contemplen», como va a hacer Morita al suicidarse tras él. La interpretaciónes tentadora desde un punto de vista psicodinámico; pero creo que falsa. La obligada presencia de la esposa proporciona al drama unas dimensiones sobre humanas que no tendría sin ella, y potencia todo el relato. Es un artificio literario. Facilita además el anhelo japonés de «contemplarse desde la otra orilla». Los supervivientes del abrazo de la muerte, suelen contar que tuvieron en esos instantes pensamientos triviales. El teniente narra sus«extrañas fantasías»: «...una muerte solitaria en el campo de batalla, y la muerte ante los ojos de su bella esposa... la comprobación de que iba a lograr unir esas dos dimensiones tan imposibles de entrelazar, era un placer inefable». Pronto se quiebran las ensoñaciones ante la presencia del dolor.«...Comenzó a empujar la espada a través del abdomen con sólo la mano derecha. Ver o al tropezar la hoja con las entrañas, éstas la impulsaron hacia fuera con su blanda resistencia, y el teniente comprendió que tendría que verse obligado a utilizar las dos manos para mantener la profundidad del corte...» Este relato no es un mero ejercicio literario. Tiene, en cierta dimensión, el clima espiritual de nuestros «autos sacramentales», es un alegato de fe, y un estímulo para la de los demás. Por eso tiene tanta importancia la perfección de la ceremonia. Alterna la descripción de sus matices, con los del sufrimiento físico quelos hacen meritorios. «El dolor se fue expandiendo lentamente hacia arriba desde la profundidad, hasta que todo el estómago reverberó con él. Era como el tañido salvaje de una campana. O como si mil timbres. «... y comprendió que tendría que utilizar las dos manos...» vibrasen disonantemente a la vez, con cada respiración, con cada pulsación, convulsionando todo su ser.» Mishima es un escritor perfeccionista. Suele llevar unas tarjetas en las que toma notas durante cualquiera de sus múltiples actividades, pues según él, sólo puede describir satisfactoriamente lo que ha visto. Nathan refiere que para la escena de la autopsia de un gato en El marino que perdió la Gracia del mar, pidió a un amigo médico que la realizase en su presencia. Desde luego no pudo hacer lo mismo con el seppuku, pero es muy probable que buscase asesoramiento de un profesional para la probable sucesión de las respuestas biológicas.«El volumen de la hemorragia aumentó profusamente, ahora brotaba la sangre de la herida como propulsada por el ritmo del pulso... inundando la estera al desbordar desde las bolsas que iba formando en los pliegues de los pantalones. Una gota voló como un pájaro hacia Reiko, a posarse en su blanco quimono.» Pretendiendo ser Patriotismo una lección de los antiguos valores espirituales, como pretenderá serlo el «Incidente», la presencia«antirreglamentaria» de Reiko, que con suprema entereza doblega todos los impulsos de auxiliar a su esposo para cumplir a la perfección, es además de un logro literario un ejemplo moralizador. A Mishima se le adivina el juego, quizá con demasiada claridad, cuando al principio de la historia Reiko «pide permiso» para morir con su esposo, y sigue la conversación como si se tratase de una ceremonia del té. El teniente manifiesta su orgullo, no por la excepcional esposa que tiene, sino por la excepcional educación que ha sabido darle. Es lo que importa. La tradicional educación japonesa lo que pretende es que, con ella bien asimilada, «cualquiera» puede portarse así. Y no es fácil. «Cuando el teniente logró, al fin, pasar la espada hasta el lado derecho del estómago, la hoja, que había ido saliendo, mostraba su punta, resbaladiza con sangre y grasa. Bruscamente atacado por un acceso de vómito exhaló un grito ronco. Las náuseas hicieron el dolor más penetrante aún, y el abdomen, hasta este momento firme y compacto, se contrajo abruptamente abriendo la brecha por la que salieron las entrañas, como si la herida también vomitase. Aparentemente ajenas al sufrimiento de su dueño, las visceras daban impresión de salud, incluso de una ingrata vitalidadal deslizarse suavemente, esparciéndose sobre las ingles. El teniente humilló la cabeza, los párpados cerrados, un hilo de saliva manando de la boca. La luz oblicua arrancó destellos del oro de las hombreras.'»«...Es difícil imaginar un espectáculo más heroico que el del teniente en este instante, cuando reuniendo sus últimas fuerzas enderezó la cabeza...»
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