lunes, 23 de agosto de 2010

Harigaya Sekium y la Espada

Harigaya Sekium, un gran espadachín del siglo XVII, enseñaba que no debían imitarse los movimientos de los animales ni en el pensamiento ni en la acción. Creía que esgrimir con un bárbaro instinto animal, desde la brutal selección natural, el miedo instintivo, el odio y el resentimiento, que tan a menudo caracterizaban a las escuelas de esa época y de siglos posteriores, era un grave error. Pensaba que el arte del sable consistía en esgrimir en armonía con los movimientos de los astros, las energías y las vibraciones sutiles de la Naturaleza. En su enseñanza, trascendía la idea primitiva de Ai Uchi, ( cortarse o darse muerte unos a otros, ) hacia Ai Nuke: ser uno con el otro. Para Sekium sensei, lo ideal era entrar en el espacio sagrado, único,
del oponente, que definía con la frase: « uno solamente, dos nunca ». Llegó al convencimiento de que no se podía acceder a ese espacio santo por medios ordinarios, y habló entonces de «volver a la Unidad», a la esencia o energía primordial (kiichi), contrariamente a otras escuelas que proponían la fuerza, la voluntad, la astucia o el estoicismo ante lo inevitable, como base de una evolución táctica, ya que según su experiencia, esta vía desembocaba inevitablemente en «combates bestiales». Sekium, visionario, poeta, filósofo, hombre también renacentista, enseñaba a sus discípulos a practicar la esgrima desde el vientre, con movimientos relajados, apacibles, sin ritmo establecido; a ser «uno con el movimiento del otro». Alcanzó, tal vez sin saberlo, una cima inexplorada del espíritu marcial y humano, trascendiendo la imagen clásica de la búsqueda de la eficacia en el combate con espada. Enseñó a sus discípulos, a través del arte del sable, cómo alcanzar el reino de lo sagrado. Así, el sable, instrumento de muerte, destrucción y fuente de inmenso sufrimiento (satsujinto) se convierte en un arma que confiere vida, que nos conduce a la trascendencia, que purifica el corazón e ilumina la mente (katsujinken). Al final de sus días, Sekium estaba convencido de que ese estado del ser era sólo accesible por la «gracia del amor» y les enseñó a sus seguidores un concepto inexpresable e incomprensible para sus contemporáneos y para otras muchas generaciones futuras: amar al enemigo.

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