martes, 21 de septiembre de 2010

LA COMPRENSION IMPERTERRITA



Sombras inquietantes envueltas en amplios hakama negros… Dos sombra arrodilladas, una al lado de la otra, sobre las delgadas tablas de un entarimado de madera clara, llevan al costado un sable de elegante curvatura. Los dos hombres parecen meditar. En realidad, juntan sus fuerzas y sincronizan sus respiraciones…

“No hay mayor soledad, dice un proverbio
Japonés, que la del samurai.”

Fase de calma. Silencio. Aliento contenido… Podría creerse que ese espacio de tiempo, durante el cual esas figuras hieráticas extraen de sí cuanto tienen de esencial, va a eternizarse…
- ¡ EII !
En una fracción de segundo, el mismo grito ronco les ha brotado del bajo vientre. Estampido de violencia, relampagueo de hojas escapadas de la vaina. Ruido sordo del acero… El asalto ha terminado.
A la mirada ajena del espectador le cuesta trabajo seguirlo. Aún está rememorando, recomponiendo mentalmente los gestos del enfrentamiento, cuando las dos siluetas ya se han inmovilizado, ya se han saludado. Nuevamente están sentadas sobre los talones.
Con qué comparar este combate sino con un esfuerzo sobrehumano por dominar una emoción cuya profundidad nadie puede sondear, ni experimentar su poder. Distensión y resistencia que obligan al organismo a un intenso trabajo cardiovascular.
Todo es ritual en el iai: la postura del sable y la de la hoja, la de los pies desnudos – con los talones juntos - así como la posición del busto. En este ceremonial todo concurre a hacer desplazar hacia el bajo vientre, ese lugar impreciso donde según parece se sitúa nuestro centro de gravedad, toda la fuerza retenida hasta entonces.
El gesto, cien veces repetido, mil veces recomenzado, permite borrar lentamente la técnica. Sólo entonces es cuando, liberado de todo artificio, se desprende un arte que hunde sus raíces hasta el inconciente.

EXTRAIDO DEL:
ZEN Y ARTES MARCIALES
TAISEN DESHIMARU

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