martes, 9 de agosto de 2011

LOS MAESTROS DEL TÉ


En la religión, el Porvenir está delante de nosotros. En arte, el Presente es eterno. Los Maestros del Té afirmaban que el verdadero sentido del arte sólo es posible a quienes sienten del arte su influencia viviente. Y así trataban de amoldar su vida cotidiana al perfecto modelo de refinamiento que realizaban en la Cámara del Té. En cualquier ocasión trataban de conservar su serenidad de espíritu y de enderezar la conversación de manera que no se rompiese jamás la armonía circundante.
El color y el corte de los vestidos, el equilibrio del cuerpo, la manera de caminar, todo puede servir para la manifestación de una personalidad artística.
Punto en verdad capital, porque quien no ha alcanzado la belleza no tiene derecho a acercarse a la belleza. Y por esto el Maestro del Té, trataba de ser algo más que un artista, el arte mismo. Era el Zen de la estética.
La perfección está en todo si nos preocupamos de reconocerla. Rikiu se complacía en citar un viejo poema en el que se dice:
"A quienes sólo aman las flores, quisiera mostrarles la florescencia de la primavera en los capullos nacientes sobre las colinas cubiertas de nieve."
Los Maestros del Té han traído al arte numerosas aportaciones. Han revolucionado enteramente la arquitectura clásica, y la decoración interior ha creado un nuevo estilo del que nos hemos ocupado al hacer la descripción de la Cámara del Té, estilo cuya influencia se encuentra en los palacios y en los monasterios construidos desde el siglo sexto. El complejo Kobori-Enshiu ha dejado maravillosos vestigios de su genio en la villa imperial de Katsura, en los castillos de Najoya y de Nijo y en el monasterio de Khoan. Todos los jardines del Japón han sido dibujados por los Maestros del Té y se puede considerar como seguro que nuestro arte de la cerámica no hubiese jamás alcanzado la perfección si los Maestros del Té no le hubiesen prestado su inspiración; la fabricación de los utensilios del té necesita por parte de nuestros artífices una gran parte de inspiración.
Los siete Hornos de Enshiu son perfectamente conocidos de quienes hayan estudiado la historia de la cerámica japonesa. Muchas son también las telas que llevan los nombres de los Maestros del Té que contribuyeron a su dibujo y a su colorido.
Es absolutamente imposible, en verdad, encontrar ninguna rama del arte, donde los Maestros del Té no hayan dejado la huella de su genio. Y sería inútil señalar los inmensos servicios prestados al arte de la laca y de la pintura.
Una de las más grandes escuelas de pintura debe su origen al gran Maestro Honnami-Koyetsu, tan famoso como artista lacador como ceramista. Al lado de sus obras, las magníficas creaciones de Koho, su nieto, y de Kerin y de Kenzan sus sobrinos, quedan en la sombra.
La escuela de Kerin, tal como se la define generalmente, es una expresión del Teísmo; parece que, a grandes líneas, esta escuela posea la vitalidad de la Naturaleza misma.
Pero por grande que haya sido la influencia de los Maestros del Té en el dominio del arte, no es nada comparada con la que han ejercido en el camino de la vida. No solamente se nota su influencia en los usos y costumbres del gran mundo, sino en los más triviales detalles de nuestra vida doméstica. Muchos de nuestros platos más delicados, así como la forma de presentar los alimentos en general, a ellos son debidos. Nos han enseñado a no llevar vestidos de colores sobrios. Nos ha iniciado en el estado de espíritu en que debemos hallarnos para acercarnos a las flores. Han hecho más enérgico nuestro amor natural de la simplicidad; nos han mostrado la belleza de la humanidad. En una palabra, por sus lecciones el té ha entrado en la vida del pueblo.
Los que, de entre nosotros, ignoran el secreto de adaptar convenientemente nuestra propia existencia sobre este mar tumultuoso de emociones insensatas que llamamos vida, viven en un estado de continuo sufrimiento, tratando en vano parecer felices y satisfechos.
Nos debilitamos con nuestros esfuerzos para conservar nuestro equilibrio moral y vemos un precursor de la tormenta en cada nubecilla que flota en el horizonte. Y hay, no obstante, una alegría y una belleza en las tempestades de las olas que barren la eternidad. ¿Por qué no penetrar en su espíritu, o, como Liehtsé, cabalgar sobre el huracán mismo?
Sólo quién ha vivido en la belleza morirá en la belleza.
Los últimos momentos de los Maestros del Té estaban tan llenos de refinamiento como lo habían estado sus vidas. Buscando siempre conservar la armonía con el gran ritmo del universo, estaban siempre dispuestos a penetrar en lo ignoto. El "Ultimo Té de Rikiu" estará siempre grabado en mi espíritu como la cima de la grandeza trágica.
Vieja era la amistad que unía a Rikiu y al Taiko Hideyoshi, y alta la estima en que el gran guerrero tenía al Maestro del Té; pero la amistad de un déspota es siempre un peligroso honor. Era un tiempo en que reinaba la traición y los hombres no depositaban su confianza ni en su más próximo pariente.
Rikiu no era un cortesano servil y algunas veces había tenido la audacia de contradecir a su orgulloso señor; con lo cual, aprovechando la frialdad que reinaba desde algún tiempo ente el Taiko y Rikiu, los enemigos de este último lo acusaron de haber tomado parte en un complot para asesinar al déspota.
Murmuran al oído de Hideyoshi que el fatal brebaje debía serle administrado en forma de bebida verde, preparada por el Maestro mismo.
La menor sospecha bastaba a Hideyoshi para decidir una inmediata ejecución y todo recurso era inútil ante su voluntad irritada; el único privilegio que consentía a quien había condenado, era el honor de morir por su propia mano.
El día fijado para su propio sacrificio, Rikiu invitó a sus discípulos predilectos a la última ceremonia del té. A la hora prescrita los invitados se reunieron tristemente bajo el pórtico; al recorrer sus miradas los caminos del jardín, los árboles parecían temblar y oyeron pasar por los murmullos de sus hojas los suspiros de los fantasmas sin asilo. Las linternas de piedra gris parecían centinelas solemnes ante las puertas de Hadés. Pero un efluvio de incienso llegó hasta ellos procedente de la Cámara del Té; es la señal que convida a los invitados a entrar. Uno a uno avanzaron y tomaron sus puestos; en el Tokonoma se halla suspendido un kakemono en el que están escritas las maravillosas reflexiones de un viejo monje sobre el aniquilamiento de las cosas terrenales. El murmullo de la tetera hirviendo sobre el brasero parece el canto de una cigarra expresando su tristeza por el verano que huye. Pero el huésped aparece; cada cual es servido y todos vacían silenciosamente sus tazas, el huésped el último de todos, Después, conforme a la etiqueta, el invitado de mayor categoría pide permiso para examinar el servicio de té. Rikiu pone delante de ellos los diferentes objetos y el kakemono. Cuando han expresado la admiración que les produce la belleza de estas piezas maravillosas, Rikiu les hace presente de ellas a título de recuerdo. Sólo guarda para sí el bols. "Que jamás esta copa, mancillada por los labios de la desgracia, sirva para otro hombre." Y rompe la taza en mil pedazos.
La ceremonia ha terminado; los invitados, reteniendo apenas sus lágrimas le dan el adiós postrero y abandonan la Estancia. Al ruego de Rikiu, uno solo, el más querido de todos, permanecerá y asistirá a su fin, Rikiu, entonces, se despoja de su kimono, lo pliega cuidadosamente sobre la esterilla y aparece vestido con el traje de la muerte, de una blancura inmaculada. Mira con ternura la hoja brillante del puñal fatal y le dirige estos versos exquisitos:

¡Sé bienvenida,
Oh, Espada de la eternidad!
A través de Buda
Y a través de Dharma, igualmente,
Te has abierto tu vida.
Con la expresión sonriente, Rikiu ha pasado al gran misterio de lo ignoto.

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