jueves, 22 de marzo de 2012

El Honor


El pundonor obliga muchas veces a los japoneses a hacer cosas que por lo extraordinarias parecen imposibles, como lo demuestra este caso real:

Dos grandes de la corte del Emperador que se encontraron en la escalera del palacio, rozaron por casualidad sus espadas al pasar; el que bajaba se sintió ofendido, a pesar de la excusas que el otro procuró darle, diciendo que el choque había sido casual y de ninguna consecuencia, pues se reducía a haber estado en contacto dos espadas de igual valor y mérito. Voy a probaros contestó el primero, la diferencia que hay de vuestra espada a la mía, y sacando el puñal se abrió el vientre. Sube el otro sin desplegar los labios, sirve al Emperador un plato que para su mesa llevaba en las manos, vuelve sin dilación a encontrar a su adversario que halló espirando, y le dice: si no hubiese tenido necesidad de servir a mi amo, me habría anticipado a vos; pero ahora que estoy desocupado, y ya que aquello me fue imposible, voy a seguiros, y hundiendo la hoja del puñal en su vientre, murió contento por haber hecho ver que su espada valía tanto como la del otro. Dos occidentales se habrían desafiado, y dado muchas cuchilladas, lo que no sé si sería menos bárbaro; pero es evidente, que en este particular poco tenemos que echarles en cara, y menos aún, si se toma en consideración que siendo entre ellos una gran deshonra el temer a la muerte, se encuentran muchas veces en la precisión de tenérsela que dar, para llenar este que consideran sagrado deber.

Un noble de Fingo, tenía una esposa de sin par belleza, de la cual era sumamente amado, lo que hubiera hecho su felicidad, si {el hubiese sabido ocultar su bienestar; pero habiendo llegado su dicha a noticias del emperador, le acarreó la muerte. Pocos días después hizo este Príncipe llamar a la viuda, para obligarla a permanecer en su palacio; a lo que ella contestó que estaba muy agradecida del insigne honor que recibía; pero que le pedía sin embargo la permitiese llorar a su esposo por espacio de 30 días, y despedirse después de sus parientes en un banquete que les pensaba dar; a cuya demanda, no solamente accedió el Emperador, sino que quiso además honrar el convite con su presencia. Después de levantada la mesa se dirigió la viuda a un balcón como para contemplar el campo, y se precipitó a la calle en donde se hizo pedazos, pues había tenido cuidado de disponer el festín en el piso más elevado de la casa. Este suicidio tan bien premeditado, y con tanta sangre fría ejecutado, tuvo solo por objeto poner a salvo su honor, y conservar la fidelidad que había jurado a su marido. Los japoneses son sobrios y tienen gran facilidad en dominarse a sí mismos, son de una gran nobleza y grandeza de alma, son también de carácter más bello y noble y pocos ignoran el rasgo de abnegación de aquellos 3 hermanos, que no sabiendo cómo alimentar a su madre que se hallaba en la indigencia, sacaron suerte entre sí, para que uno de ellos fuese entregado por los otros a los tribunales como culpable de un crimen, cuyo autor se buscaba, y cuya captura debía ser remunerada con una cantidad considerable de dinero.

Extraído de:

Historia del Japón y sus misiones

Pierre Francois – Xavier de Charlevoix



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